1950.
Peso: Gallo.
El joven gallo de Iquique pasó las cuerdas con agilidad. La amplia sonrisa sobre su cara blanca e infantil, y el saludo suelto y hasta displicente de su diestra en alto, hacían olvidar que en el otro rincón estaba el campeón latinoamericano de la categoría.
Este tiene que ser el rasgo determinante de la personalidad pugilística de Jorge Prieto, el nuevo campeón de Chile de los gallos. Por sobre todas las consideraciones de técnica y efectividad, tendrá que ser esa imagen espontánea, fresca, lozana y hasta descuidada la que el aficionado guarde de la máxima revelación iquiqueña. Y el retrato mas fiel, el momento culminante de esa personalidad, habrá que ubicarlo en su encuentro con Jorge Barcia. Ahí afloró en toda su magnífica dimensión la soltura hasta suficiente del pequeño nortino. Clase, cancha, pachorra. La prestancia de un gladiador de mil combates en un muchacho de dieciocho años. Suficiencia en su aparición en el cuadro y durante el combate. Vencedor por presencia.
Un grupo muy bueno –con el mismo Barcia, Jaime Silva y Nolberto Soto, entre otros—le había frenado la carrera el año pasado, dejándolo en los primeros tramos difíciles del torneo. Pero había logrado impresionar, casi por las mismas condiciones con que ahora se ha consagrado. Casi, porque en su sorpresiva aparición y por la fugacidad de su intervención, los rasgos salientes de su boxeo no habían logrado quedar suficientemente delineados.
Aquella vez –y también ahora, en cierta medida—se habló de la necesidad de “pulir su estilo”. Y con razón, puesto que en él no se veían expresados algunos requisitos básicos de forma. Y tampoco ahora: guardia baja, ninguna precaución premeditada de bloqueo y escaso juego de cintura.
Pero la verdad es que no se trata de pulirlo. Ese es su estilo: el “no estilo”.
Las virtudes de su boxeo hay que buscarlas más allá de una simple postura sobre la lona. Su vivacidad y unos reflejos de excepción le permiten sin dificultades sacar las manos desde cualquier posición y volverlas con la misma facilidad para el bloqueo, aunque la velocidad con que da el paso atrás no le hace siempre necesaria la cobertura de brazos. Es esa misma velocidad la que le permite avanzar hasta con descuido. Porque debe anotarse que el rubro iniciativa siempre le pertenece, aunque su paso desgarbado no pareciera asegurarle buen éxito en la persecución.
Cosas de boxeador nato. De pugilista que muy temprano en la carrera ya dejo atrás, muy atrás, las primeras páginas del silabario pugilístico.
En las consideraciones de orden táctico tampoco se queda atrás. Más aun, la verdad es que su mentalidad de combate está en franco desacuerdo con lo desarmado de su estilo. Porque la espontaneidad de su guardia, nada tiene que ver con el cálculo y orden de su aplicación a una determinada faena. Tenemos que volver a recordar ese encuentro con Barcia –lo más notable de su campaña en el torneo–, en que se aplicó inteligente y sobriamente a una labor nada espectacular: desde el primer momento inició un sordo trabajo de minarle la línea baja al adversario. Trabajo sordo porque no lucía, porque no impresionaba y, por el contrario, los puntos se lo estaba llevando el campeón. Pero promediando el segundo asalto, el trabajo dio sus frutos y Barcia comenzó a pararse. Y terminó la pelea doblado. Desenfadada seguridad en sí mismo.
Labor oscura, de eminente aplicación a un plan. Guardia indisciplinada, cerebro obediente.
Esa es la personalidad que presentó Jorge Prieto en su segunda incursión en los campeonatos nacionales. Resultado ampliamente satisfactorio. Por ahora, porque hay que verlo enfrentado a nuevos problemas. ¿Los habrá para el iquiqueño?
Revista Estadio
16 de Diciembre de 1965
Santiago, Chile