Nació el 12 de febrero de 1909.
Murió el 19 de abril de 1972.

Otro que destacó, y sobre quién se tiene más información, es Moisés Avilés, conocido también como la «Chancha» Avilés. Carlos Guerrero, «Don Pampa», publica en la desaparecida revista «Estadio», en el año 1947 una crónica sobre este goleador.

Un gol en cada pie

Moisés Avilés, delantero del “Audax Italiano” fue un jugador de habilidad excepcional, técnico y efectivo.

En Iquique, hay un barrio alto cerca de los cerros, vecino con el del Matadero. Por allí corrieron de chiquillos campeones que iban a dar prestigio al deporte chileno: El Tani, Bahamondes y Rendich. Cerca del hospital había una cancha de fútbol, la del «Pueblo Nuevo», de un club que fue grande y que hoy ha desaparecido: «El Independencia», de colores aurinegros. Moisés Avilés, «palomilla» del barrio se inició en las infantiles de «El Independencia». Le gustó el fútbol desde pequeño, y fueron muchos, pero muchos, los zapatos que rompió en esta tierra blanca, salitrosa y en el pedrerío arisco de la cancha. No había otra entretención para el rapaz moreno y desgreñado. Pateando al costado de la cancha o mirando a los grandes en el entrenamiento; en todo momento desocupado estaba allí. De nada sirvieron las reprimendas y las azotainas en la casa. Era su pasión la pelota.

El fútbol chileno ha tenido en su crecimiento características bien definidas. Fisonomías de zonas. Siempre se jugó distinto en Iquique y en Talcahuano, en Valparaíso y en Coquimbo, en provincias y en Santiago. Hace treinta o más años fue en Coquimbo donde tuvo su cuna el juego de dribbling, de “cachaña”, de sutileza. En los tiempos del imbatible “Thunder”. A Iquique llegaron tres coquimbanos famosos en sus canchas: Roberto Godoy, “Perejil”, Roberto Chilla y “Peruco”, los tres para el “Independencia”. Jugaban de otra manera, y ellos fueron los que se infiltraron en las pupilas del chico Avilés. Nada de correr, pechar y chutear con furia. No, algo más bonito: esquivar, engañar con el cuerpo, pasarla corta y precisa e irse hasta el gol para rematar con seguridad. Jugaban lindo esos coquimbanos. Era otro fútbol. El que les gustó siempre. El 24 pasó por Iquique un barco en que viajaban a Europa uruguayos olímpicos y bajaron a entrenar. Avilés no le perdió pisada y no olvidó esta observación: los coquimbanos juegan casi, casi igual que los uruguayos. De muy joven, de niño, tuvo que trabajar para ganarse el puchero a bordo de los barcos, como «costura» con un cinturón de cáñamos y una aguja de veinte centímetros, cosiendo y remendando los sacos de papas, de maíz, de porotos, que se rompían en las «lingas» con los ganchos de los cargadores. A bordo sabían siempre primero la noticia de la llegada de algún team de otra parte. Pasaban tan de tarde en tarde. Pasó Colo-Colo a Europa y el Santiago para Lima. Él hacía un paquete con el cáñamo y la aguja y se daba asueto. Se iba a la cancha con los futbolistas viajeros y hacía de “Cicerone”, los paseaba por Cavancha, por la plaza Prat, por el mercado, por los baños de La Gaviota, por las calles Vivar y Tarapacá. Les hablaba y les hacía contarle cosas. El tendría también que viajar un día en un equipo de fama por el extranjero. Moralito, el arquero de Santiago, después de un entrenamiento en que Avilés fue puesto para completar una «pichanga» le dijo: «Te tengo que ver en Santiago. Tú tienes condiciones para el fútbol». Tenía 15 años. Ya se había pasado de «El Independencia» al «Maestranza», al team infantil. Pero, a los 17 experimentó una emoción inmensa: el 12 de julio de 1927 lo hicieron jugar en primera y nada menos que en uno de los clásicos más bullados en Tarapacá: «Maestranza» versus «Norteamérica». Avilés era centro delantero. Perdió «Maestranza», y los viejos del equipo lo retaron duro: «No ven; por poner a este «cabro» tal por cual».

En la selección nortina del 30 era insider izquierdo, pero lo pusieron en el centro para darle cabida a Mañungo Tapia. En el match final del campeonato nacional con la zona Sur, jugado en Santiago, era sólo espectador. Tuvo que ver el match desde las tribunas, en los “Campos de Sport”; más vino la suerte en su ayuda: se malogró el puntero izquierdo, y tuvo que ir volando a los camarines a ponerse el uniforme. Quedó de firme. Empataron con Concepción; los sureños no quisieron desempate y el cuadro del norte jugó con el temible “Colo-Colo”. Ganaron los nortinos 2 por 1.

“Audax Italiano” siempre ha sabido escoger. No es de los clubes que tienen en acción una «grúa» insaciable. No, sólo de tarde en tarde se sabe de alguna conquista del club de colonia. Pocos, pero buenos. Cada vez que ha aparecido en las filas verdes un elemento desconocido, procedente de provincias, a poco de correr el tiempo se ha convertido en un crack de envergadura: Avilés, Ojeda, Ascanio, Gornall, Varela, Acuña, Chirinos.

José Ghiardo, dirigente del “Audax” fue a ver las presentaciones del cuadro nortino y señaló a Avilés de Iquique, Ojeda de Antofagasta, y Gornall de Taltal. ¡Qué ojito, ah¡ Los tres eran llamados después para la concentración, dirigida por el húngaro Orth, de la cual saldría el cuadro chileno para el campeonato mundial de Montevideo. Aun cuando sólo uno formó en la delegación para el Mundial (el “Chico Ojeda”) él y sus compañeros fueron después figuras de relieve en las canchas del país y del extranjero.

Diez años defendió la camiseta verde del “Audax”, la blanca de la selección “Santiago”, y la con escudo de la “Selección Chilena”. Moisés Avilés ha sido uno de los más sobresalientes delanteros del fútbol nacional. Pocos como él de su calidad. Rápido, diestro, habilidoso, manejaba la pelota, jugaba con inteligencia y, además, tenía un gol en cada pierna. Remataba con violencia de derecha y de izquierda. Era completo, y de allí que siempre respondió con eficiencia desde la punta izquierda hasta la derecha. Gordo, de apariencia lenta; sin embargo, su juego era veloz, sobre todo por su destreza para la entrega y para jugar en «primera». La «Chancha» Avilés fué el apodo que le colgaron desde que vino a Chile un astro inolvidable del fútbol argentino: Seoane. Gordo, veloz, técnico, dúctil y extraordinario. «Si el fútbol argentino tiene una «Chancha» -era el apodo de Seoane-, el chileno, también tiene una en Avilés», dijo Ghiardo, el dirigente itálico. Y el apodo le quedó bien, no sólo por la gordura.

Han sido muy pocos en el fútbol chileno de todos los tiempos los delanteros completos y hábiles como Avilés. Como insider era laborioso y eficaz, la traía de atrás, cabeceaba bien, se la llevaba pegada a los botines y la entregaba justo. Notable insider a los dos lados. El pase clavado y oportuno; sabía mirar. Como puntero, a ambos lados, se dribbleaba a los halves; tenía algo desconocido en aquellos tiempos: las fintas con el cuerpo, y desde su ala más le gustaba pasarla que centrar. Como el fútbol de ahora. Como centro dejó marcas imborrables con su colocación y shoot. Como viniera, de derecha o izquierda. Dos años scorer en los campeonatos de fútbol santiaguino.

“No era gracia hacer goles en el Audax -dice la «Chancha»-, teniendo a un Giudice al lado. Siempre ponía la pelota en los pies, y yo no hacía más que mandarla adentro”.

Tuvo habilidad innata para superar al adversario a base de sagacidad. Gustó siempre del fútbol con sutileza, desde que vió a los tres coquimbanos en Iquique. Desde muchacho ya tuvo esa característica, el cronista lo puede asegurar, pues lo conoció en sus comienzos y no olvida, un «baile» que le dió en un match de tercera división el insider izquierdo del «Juvenil Independencia», en la vieja cancha del velódromo de Iquique, hace muchos años. El cronista, half derecho, quedó esa tarde completamente exhausto con el «baile» en una cancha de tierra suelta. Sólo tuvo una observación el cronista en aquella oportunidad: «Este gallo no debe jugar con nosotros. Es de otra serie».

1930-1940 duró el reinado de Avilés en el fútbol chileno. No tuvo suerte; debió atrasarse diez años para que, como jugador profesional hubiera recogido justa recompensa a sus excepcionales aptitudes. Le tocó la época primitiva de nuestro deporte rentado. Para firmar por el “Audax” no le ofrecieron más que trabajo. Siempre ha sido un obrero cumplidor y eficiente. Dejó buenos recuerdos en la fábrica de “Gellona” y en el “Garage Brusadelli y Manni”. Todos eran obreros en el team profesional del “Audax”. Jugó en los últimos años del amateurismo y en los primeros del profesionalismo, y, futbolistas rentados, siguieron en sus empleos hasta que comenzaron a llegar argentinos: «No compañeros, no se puede hacer las dos cosas». Avilés no pudo por mucho tiempo dejar la pega: pronto volvió. Nació obrero, y hoy lo sigue siendo, sobrio, serio, eficiente. La prima que recibió por firma de contrato profesional, en 1934, fué de dos mil pesos. Hoy esa cantidad la gana cualquier jugador como remuneración mensual. Reinó en una época de pocos pesos. Su contrato hoy valdría una cifra de muchos ceros.

Pertenecía a la época del “Audax” grande, uno de los equipos más macizos que han pasado por nuestras canchas. Del “Audax” de Giudice y de la «línea de acero», de Avilés y de Caramutti. Desde esos tiempos ha quedado la tradición que se esfuerzan por mantener estos cuadros verdes de hoy. Eficiencia y corrección. Ha sido varias veces campeón; pero la política del club no es ganar campeonatos, sino de tener buenos equipos. «Audax» ha sido siempre sello de competencia. Dice el viejo crack:

“Esos tiempos son inolvidables. Existía un gran compañerismo entre jugadores y dirigentes. Todos éramos amigos. No nos trataban como jugadores. Mucho tiempo vivimos juntos en una pensión de la calle Santo Domingo: Riveros, Stéffani, Corbari, Ceami, Gornall y yo. Éramos como hermanos; nosotros mismos nos cocinábamos. Con Giudice nos turnábamos para ir de mañana a la Vega a comprar la carne y la verdura. Casi todo lo traíamos regalado. En todas partes salían hinchas. Eran lindos tiempos; nos cuidábamos unos a otros. Nadie dejaba de jugar un partido porque estaba enfermo o lesionado. Como estábamos se iba a jugar, se hacían esfuerzos y se respondía. No existía el Traumatológico, y uno no podía dejar un domingo de estar al lado de sus compañeros. ¡Era el “Audax”¡ No ganábamos primas por partidos ganados; pero sí estaban las apuestas. Don Américo Simonetti y los dirigentes hacían caja para apostarnos; ellos al equipo rival. Nosotros ganábamos los pesos y el partido.

Giudice fué el primer jugador chileno de fútbol contratado por un club extranjero. Todos saben que actuó un año en “Peñarol”, de Montevideo, hasta que no pudo soportar las nostalgias y se vino de nuevo al “Audax”. Avilés pudo ser el segundo. El 31 estuvo en “Chile Independiente”, de Buenos Aires, y con Stéffani y Corbari del “Audax”, iban a los entrenamientos de los argentinos y completaban el once de las reservas. El juego de Avilés gustó a los dirigentes de la institución de Avellaneda, que necesitaban un puntero izquierdo. Lo hablaron y quedaron las conversaciones sujetas a la actuación que le cabría en el match del domingo: “Audax” – “Independiente”. Desgraciadamente faltó el centro-half del Audax y pusieron a Avilés, el hombre que servía para todos los puestos. ¡Que tareíta le dieron¡ Atajar al trío de ataque: Sastre – Ravaschin – Seoane. Era demasiado para el bisoño jugador nortino, que actuaba fuera de puesto; más éste no olvidó que era de una tierra donde hay que morir peleando. Y se rompió entero. No sobresalió, pero no defeccionó tampoco. Esa noche tenía que hablar con los dirigentes de “Independiente”, que partían al día siguiente a Buenos Aires. ¿Cómo hacerlo? El esfuerzo hecho en la cancha había sido bárbaro, y apenas se vistió se fué a la cama. Durmió dieciocho horas de un tirón; al despertar miró el reloj; ya debían estar los argentinos en la estación y corrió a encontrarlos. Cuando llegó era temprano todavía y la delegación no estaba en el tren. Esperó, se sentó en una banca y se durmió de nuevo. Lo despertó un sereno. Se iba a cerrar la estación; hacía una hora que habían partido el tren y la delegación argentina. Stéffani y Corbari, sus compañeros, estaban indignados. «Era tu suerte, pibe, la que has perdido. Y ya no hay caso. Te estuvieron esperando”.

“La verdad es que ese tiempo no me pesó. Era muy joven y tenía miedo. Además, poco después vi cumplido uno de mis sueños de muchacho. Pasé por Iquique, como jugador, en viaje al extranjero. Íbamos en la famosa y recordada gira larga del “Audax Italiano”, la de nueve meses, por Perú, Ecuador, Colombia, Panamá, Cuba, Costa Rica, San Salvador, México, Estados Unidos y Canadá. ¡Qué emoción grande pisar de nuevo mi tierra, llegar a mi casa y ver a mi barra de la cancha del “Pueblo Nuevo”! Y no era un cualquiera. Titular en un cuadro de cracks del fútbol chileno: Stéffani, Fisher, Welsch, Araneda, Riveros, Gornall, Ojeda, Giudice, Vidal y Avilés”.

Su historia es larga y nutrida, digna de un crack de sus quilates. 1929, seleccionado iquiqueño; 1930 campeón amateur de Chile; 1931 y 1932, scorer del fútbol santiaguino. Tiene un récord probablemente sudamericano o mundial: hizo nueve goles en un match, aquella vez que “Audax” ganó a “Magallanes” por once tantos. 1933, la gira larga; jugó en todos los puestos de la delantera; goleador también de nota, vitoreado en canchas de Lima, México y Cuba, donde encontraron masas mayores de público. 59 partidos en el viaje; 7 perdidos, 11 empatados y 41 ganados. En San Salvador llovía torrencialmente y la gente se escondía debajo de los paraguas. Golearon en San Luis y en Nueva York. En Chicago vieron a pistoleros de carne y hueso; los buscaron hasta que los encontraron y se tomaron un chop con ellos. Estuvieron a punto de visitar a Al Capone en su celda. En Montreal enfrentaron a un cuadro de categoría: era casi todo el seleccionado yugoslavo que había actuado en el Mundial de Montevideo; estaban radicados en esa ciudad canadiense y atraían grandes cantidades de público. Perdieron en el debut, ganaron en la revancha. En Norteamérica, ganaron hasta 13 partidos en 15 días. En La Habana vivieron momentos dramáticos de la revolución cubana. El 34, gira del “Audax” a Lima. Casi se traen el más valioso trofeo disputado en cancha sudamericana: un escudo de oro. “Audax” lo mereció ganar; pero en la final acortaron el tiempo en quince minutos, en cuanto el team de casa sacó un gol de ventaja y “Audax” comenzaba su clásica atropellada del último cuarto de hora. En un match en Lima, jugó de arquero. Hombre para todos los puestos. El 35 seleccionado chileno al Sudamericano de Lima. Delantera: Aranda, Giudice, Toro, Vidal y Avilés. Fué lesionado en el match con Argentina. De Mare lo trancó y no pudo jugar más. 1937, seleccionado nacional al Sudamericano de Buenos Aires. Ojeda, Avendaño, Toro, Carmona y Avilés. Cambiaba puesto con Guillermo Torres.

El fútbol lo paseó por las tres Américas. Le concedió su gran anhelo, acariciado en las tardes cuando veía desde el enrocado de Cavancha perderse los barcos en el horizonte y dejar escrito su último adiós en una estela de humo. No le dió fortuna, como a otros cracks de su jerarquía que tuvieron más suerte porque nunca pidió ni exigió nada. No obstante, no es amargado ni descontento. Siempre joven, con su sonrisa ancha. «Fútbol, estamos en paz», le ha dicho.

Don Pampa.

Revista Estadio.

18 de octubre de 1947.

Santiago, Chile