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Datos sobre Salvador Reyes
SALVADOR REYES
(1899 – 1970)
Es, por excelencia, aparte otros connotados valores literarios, el escritor del mar de Chile. Una larga trayectoria de creación narrativa, en que la chilenidad se manifiesta en sólidos relieves de aventuras, ennoblece la presencia de este novelista de los «imaginativo» como caprichosamente se le ha llamado.
«El último pirata», «Lo que el tiempo deja», » Tres novelas de la costa», «Ruta de sangre», «Valparaíso, puerto de nostalgia», y otros títulos, le señalan como una narrador de elegante espontaneidad estilística, de penetrante objetividad psicológica, de ruda plasticidad en el tratamiento de sus figuras humanas, todo lo cual se conjuga con el intenso clima de poesía con que sabe animar sus temas. El piélago nacional lo subyuga y a él atiende con la íntegra pasión con que siempre aborda todo motivo que le pertenezca.
Tomado de Autorretrato de Chile.
Selección de Nicomedes Guzmán.
Zigzag.
1957. Página 463.
OBRAS DE SALVADOR REYES
1.- Barco ebrio, poesía, 1923.
2.- El último pirata, relatos, 1925.
3.- El matador de tiburones, novela, 1926.
4.- El café del puerto, novela, 1927.
5.- Los tripulantes de la noche, cuentos, 1929.
6.- Las mareas del sur, poesía, 1930
7.- Lo que el tiempo deja, cuentos, 1932.
8.- Tres novelas de la costa, 1934.
9.- Ruta de sangre, novela, 1935.
10.- Piel nocturna, novela, 1936.
11.- Norte y sur, novelas cortas, 1947.
12.- Mónica Sanders novela, 1951.
13.- Valparaíso, puerto de nostalgia, novela, 1955.
14.- El continente de los hombres solos, crónicas, 1956.
15.- Rostros sin máscaras, entrevistas, 1957.
16.- Los amantes desunidos, novela, 1959.
17.- Saludos al pasar, crónicas, 1959.
18.- Los defraudados, cuentos, 1963.
19.- El incendio del astillero, cuentos, 1964.
20.- Andanzas por el desierto de Atacama, crónicas, 1966.
21.- Fuego en la Frontera, ensayo, 1968.
22.- La redención de las sirenas, teatro, 1968.
23.- Crónicas de Oriente, 1973.
OBRAS CITADAS
Bahamonde, Mario.
Antología del Cuento Nortino. Antofagasta: U. de Chile, 1966.
Montes, Hugo y Julio Orlandi.
Historia de la Literatura Chilena. Santiago: Editorial del Pacífico, 1955.
Silva Castro, Raúl.
Panorama Literario de Chile. Santiago: Editorial Universitaria, 1961.
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[cudazi_tab title=’El Matador de Tiburones‘]
El Matador de Tiburones
(Fragmento)
Presentimientos y proyectos
Vagando entre baúles y paquetes, Perico daba su adiós a los mejores días. Iba a quedar solo, más solo, disperso y en tensión ante tantas cosas inexplicables. María Clemencia bromeaba, contentísima de volver a su medio natural en las grandes ciudades. Adler no era ya el matador de tiburones, ni siquiera el hombre del acantilado.
Nada hay más triste que los instantes que marcan el fin de una época que nos fue grata y que, sobre todo, nos hizo el mejor regalo que pueda hacer la vida: ponernos frente a la lealtad de verdaderos camaradas. Las valijas que se amontonan en los pasillos, el aspecto especial de la gente que se dispone a viajar, ponen, desde luego, entre nosotros, tiempo, distancia y olvido.
Salieron juntos Adler y Perico. El noruego dijo:
-Mañana aparejaremos por última vez la «Pelusa».
María Clemencia quiere verme matar tiburones.
Perico se mostró inquieto.
-No debiera hacerlo usted -dijo.
El otro recapacitó un instante.
-Es verdad -contestó por fin-. No me siento muy fuerte ni con mucha sangre fría; pero, una vez en la aventura podré salir de ella como siempre.
Y empezó a charlar de sus proyectos para el futuro. Así llegaron al malecón y se sentaron en un cabrestante, como en otro tiempo. Perico, esforzándose, dijo:
-Usted ya no está solo, capitán.
Instantáneamente, el rostro de Adler se ensombreció.
Después de un largo rato repuso:
-Tienes razón, Perico, ya no soy solo. No crear, sin embargo, que he cambiado de ideas acerca de esto…
Sigo creyendo que la única vida digna de nosotros es la vida solitaria y errante que tú sueñas. Toda otra existencia trae consigo preocupaciones mezquinas, indignas de verdaderos hombres. Pero, quiero demasiado a María Clemencia. Por eso voy a sacrificarle lo más amado que existe para mí: la soledad.
Y agregó después:
-Nos volveremos a ver en otra parte, Perico. No te preocupes. Entonces tú serás un hombre hecho y derecho y habrás aprendido cómo se da una cuchillada segura en el vientre de un tiburón. Será magnífico el día que nos encontremos al otro lado del mundo. ¡No te preocupes!…
Perico hacía lo posible por no preocuparse, pero sus esfuerzos no servían de nada.
El Fin
Era la única expedición. Informados por los pescadores, iban en busca de los parajes frecuentados por los «tigres del mar». María Clemencia, feliz, cantaba entre cada aspiración de su cigarrillo. Adler, silencioso y frío, recordaba al hombre de otros días. Perico hacía inútiles esfuerzo para ocultar su nerviosidad.
La «Pelusa» bogaba como en los buenos tiempos, siguiendo la ruta de los tiburones. De este modo traspusieron La Puntilla, que cierra la bahía por el sur, y ya en alta mar, Adler no tardó en descubrir la aleta de un escualo rayando velozmente la gruesa marejada. Se preparó con rapidez y probó la resistencia del cuchillo. Entonces -cosa que jamás había ocurrido- Perico se le acercó para decirle:
-¡Tenga cuidado, capitán!
Se arrepintió en seguida de haber hablado, viendo en los ojos de su amigo un brillo de reproche, casi de odio. Aferró la escota, mordiéndose los labios y maldiciendo de sí mismo. La aleta del tiburón volvió a verse sobre la cresta de una ola. Adler se irguió en la banda. Sin mirar a María Clemencia, se arrojó al mar.
-¡Perico -gritó la muchacha-, qué soberbio! ¡Este es un hombre como ninguno! La lucha del hombre y el pez comenzaba invisible a causa de la mar gruesa y espumosa. Dos o tres veces se vio la cabeza de Adler cerca del tiburón, y el cuchillo relampagueó fuera del encrespado oleaje. Los minutos pasaban demasiado lentamente y María Clemencia terminó poniéndose febril.
-¡Luis, vuelve! -gritó-. ¡Esto es una locura! ¡Vuelve!… ¡Tengo miedo!…
Pero Adler se zambullía en aquel momento y su cabeza apareció nuevamente bastante lejos de la «Pelusa». Sacando todo el busto fuera del agua, alzó el cuchillo y desapareció en seguida. Perico, acostumbrado a distinguir claramente entre el revuelto oleaje, pudo descubrir la aleta cortando la superficie a gran velocidad. Una vez más el nadador sacó la cabeza fuera del agua y Perico debió hallar algo terrible en el rostro de aquel hombre, pues sus últimas fuerzas flaquearon. Caído sobre la caña del timón, se puso a llorar en silencio. La voz de María Clemencia hería el aire, estridente y desesperada, en una sola palabra:
-¡Vuelve, vuelve, vuelve!…
Pero Luis Adler no debía volver nunca, y si vosotros llegaseis a esa costa, entre los 25º latitud sur y los 70º longitud oeste, y recorrieseis La Puntilla, que encierra por el sur la bahía de esta historia, os sería fácil encontrar una lápida incrustada en el farellón que dice:
LUIS ADLER
Matador de tiburones
en el mar
y una fecha.
Andanzas por el desierto de Atacama
(Fragmento)
«En tiempos del auge salitrero, cuando corría la plata en Antofagasta y Tarapacá, cuando la vida era primitiva y desbocada, las fiestas pampinas fueron tales que no hay adjetivo capaz de contenerlas. Vivir bien significaba para el hombre del norte hacer estallar el placer como un tiro de dinamita. En los puertos se comía y bebía de manera fantástica. Me acuerdo de haber asistido durante muchacho a festines pantagruélicos en que me abismaba la capacidad de los hombres por absorber litros de licores y kilos de viandas sin emborracharse ni sentirse mal. Tener buena cabeza es en toda la República calidad respetada, en el Norte es condición indispensable».
Salvador Reyes
«el vagabundo lírico de la poesía marina»
Pedro Bravo Elizondo
Wishita State University
Salvador Reyes (1899-1970) nació en Copiapó y su juventud la vivió en el norte, entre Copiapó, Antofagasta y Taltal. La frase del título pertenece a Pierre Mac Orlan, quien definiera así a Reyes. Mario Bahamonde sostiene que de esta primera época de su vida, estrujó el material literario para sus primeras obras, todas ellas lindantes entre el sueño y la realidad, entre la costa recia y el abierto mar de su imaginación (175). Realizó sus estudios en Antofagasta y vivió su adolescencia en Taltal calle Serrano 518- donde una placa de bronce recuerda al escritor. Fue cónsul de Chile en París, Roma, Marsella, Madrid y Barcelona. En 1967 obtuvo el Premio Nacional de Literatura. Su novela Los tripulantes de la noche (edición 1966) está dedicada a Carlos Staforelli, y en ella recuerda sus años en Taltal y Paposo. Sostiene una teoría que mis seis años de estada en Pancho la confirman; escuche el lector:
Por eso quiero que su nombre vaya en la primera página de este libro que habla del Norte, de Taltal, de Antofagasta y de Valparaíso. Para mí el Norte chileno empieza en Valparaíso. Si la naturaleza de ese puerto es harto distinta a la de la región salitrera, el espíritu de las gentes es muy parecido en una y en otra parte: hay el mismo tono cosmopolita, el mismo carácter emprendedor y un poco aventurero, el mismo descuido de ciertas preocupaciones sociales.
En la terminología literaria al uso, la escritura de Reyes se adscribió al imaginismo en oposición al criollismo que encabezara Mariano Latorre, siendo el líder del tal corriente Augusto D’Halmar, de quien se confesó un discípulo ferviente, según anota Raúl Silva Castro, y cuya característica escritural es la predominancia de la fantasía por sobre la realidad. El tiempo, ese infatigable transformador de la realidad, se encargó de desmentir tal etiqueta. La influencia del mar resalta en sus obras, tema que aparece tardíamente en la literatura chilena, considerando nuestra inmensa y larga faja marítima. Poeta, cuentista y novelista, sus obras respiran el océano, ese mar del Norte Grande que luego trasplantó a Valparaíso cuyas calles del puerto con sus cafetines, bares, refugios bohemios, con su tan especial Calle Clave, reflejara tan bien en Valparaíso, puerto de nostalgia (1955).
Las novelas que recuerdan al hombre de la «Hermandad de la Costa», son Ruta de sangre (1935), con prólogo de D’Halmar; y tres ediciones hasta 1964; Piel nocturna (1936), Mónica Sanders (1951) con cuatro ediciones hasta 1962, y Los amantes desunidos (1959). Sus viajes y amistad con autores franceses hizo que algunas de éstas fuesen publicadas en tal idioma, Route de sang (1946), Valparaíso, port de nostalgie (1947) y Líanneau díemeraude (1952). Por sí solas confirman la solidez de su narrativa, pues los traductores son nada menos que Francis de Miomandre y Alfred Rosset.
De las obras citadas, particularmente disfruté en mi juventud de Ruta de sangre, novela de piratas, personajes no extraños a nuestras costas, y si no allí están nada menos que Francis Drake y Bartolomé Sharpe, cuyas correrías dejaran una estela de robos y destrucción en el Pacífico. Reyes se concentra en los asaltos realizados por los corsarios en La Serena, lugar donde dos personajes locales son capturados por los piratas, Emilia y Roberto y cuyas vicisitudes transcurren en el viaje a la isla de Robinson Crusoe, Juan Fernández. El Coro de Filibusteros que encabeza la narración tiene el leit motif de la Hermandad, Somos los Hermanos de la Costa, los filibusteros de Morgan, de Grammont, de Miguel el Vasco, de Sharp, del Olonés, de Watling y de tantos otros buenos capitanes; somos los Hermanos de la Costa, hijos del mar antiguo.
En Mónica Sanders, el narrador aprovecha para presentarnos detalladamente la caza de ballenas en las aguas del Pacífico, faena practicada a lo largo del litoral chileno, incluso en nuestro Iquique donde se edificara la Planta Ballenera por los años cincuenta, hoy un edificio derruido. Los capítulos iniciales nos entregan una vívida muestra de la empresa ballenera en alta mar, en la goleta Alcatraz capitaneada por Julio Moreno quien traba conocimiento con Percy Roy, un vividor y esposo de Mónica. Herido por rencillas marítimas, en una de las callejuelas de Valparaíso, Mónica Sanders cuida de él y se produce la inevitable pasión amorosa. Julio debe escoger entre ella o el mar «un contrato por cinco años en la caza de ballenas en la Antártida».- La decisión, verosímil en un marino de cepa, lo aleja de su amor, pues el mar le ofrece un puente de mando, pulido como un espejo, donde el hombre aprende a mirarse hasta lo más profundo de sí mismo.
En su discurso de incorporación a la Academia Chilena, 1960, Salvador Reyes escogió el tema de su creación literaria. «Yo deseaba por ejemplo, escribir una novela acerca de la caza de la ballena en nuestras costas. Empecé por realizar esa caza, y luego los personajes fueron apareciendo por sí solos y entrando en la atmósfera. Unos, que conocía desde hacía mucho tiempo, se hicieron presentes, por considerarse adecuados para desempeñar un papel, otros surgieron en el momento mismo. Claro está que muchos de ellos no venían con su exacta apariencia de todos los días. Se compusieron tal como el autor los necesitaba, o deseaba. Tal vez se intercambiaron algunas características o pidieron prestados por ahí alguno atributos. Lo cierto es que iban tomando vida a lo menos para mí-, a medida que los tipos de la máquina de escribir golpeaban el papel (Silva, 303).
Su pasión por el mar queda retratada en «El matador de tiburones» (1926), La ciudad no es lo bastante soberbia para hacerme olvidar mis preocupaciones, ni bastante hermosa para hacerme olvidar mis sueños. Sobre todo me falta el mar. Arde su ausencia como una quemadura cuya intensidad de dolor no podré encerrar nunca en mis escritos. Y cuando en estos atardeceres vacilantes, yendo por las calles de la ciudad terrestre, veo un asta de bandera, escueta y alta sobre el cielo, sufro la belleza de los ágiles mástiles de antaño, cruzados de gaviotas y de viajes (Montes y Orlandi, 261).
Nuestro Norte le debe a Salvador Reyes la obra que entraña su amor por el terruño, Andanzas por el Desierto de Atacama (Antofagasta 1963). Amigo entrañable de la gente de mar, pescadores, lancheros, marinos, capitanes de barcos de pesca, fue y es a través de sus novelas, un ameno compañero de ruta de este iquiqueño criado en el mar, tan cerca de la boya de La Esmeralda.