Dice la tradición oral que a Iquique se llega llorando y se va llorando. Lloran quienes desde lejos llegan y encuentran que los cerros carecen de vegetación. Lloran porque nunca llueve. Lloran por que dicen que esta es una ciudad chata. Lloran por que nunca heredamos la puntualidad de los ingleses. Lloran porque nos saludamos a grito de una esquina otra.  Lloran por que estamos entre el mar y el desierto. En fin, lloran porque aquí somos de otra laya.

Le sucedió al enganchado que venía de Chiloé a trabajar a la pampa o a la ciudad, le decían vas a la Nueva California. Le sucedió al empleado público que lo destinaban, a Iquique, casi como un castigo y más encima, le pagaba un bono por vivir en zona extrema. Le sucedió al militar que no tenía más que obedecer órdenes.

Pero Iquique tiene un encanto discreto que se conoce cuando el que llega, logra dar con las claves de la iquiqueñez. Y para acceder a ésta hay que comer guayaba. Le ocurrió al soldado que una vez terminada la guerra del Salitre, se quedó. Y antes al español que vino por oro y encontró otros brillos.

García Márquez en su libro “El olor de la guayaba” desentrañaba las claves de su obra. Su amigo Rubén Blades al cantar “Buscando guayaba” no hace más que tratar de hallar el sitio del arraigo. Mi vecino Víctor Guerrero Contreras tenía un inmenso guayabo. Me beneficiaba de su aroma y de su riqueza.

La guayaba es el fruto del anclaje y de la identidad. El que llegó llorando y jamás se fue de este terruño, es porque comió este fruto que huele a como huele. El olor de la guayaba es el perfume de la iquiqueñez, es la loción afrodisiaca de la identidad. El humor popular, siempre tan sabio, predica que no hay brindarle tal fruto a los caldo de chancho, ni a los prepotentes.

Aun es posible en el viejo mercado, encontrar guayabas. Su fragancia y color embriaga. Quedan pocas y ojalá no desaparezcan como la pera de pascua.

Publicado en La Estrella de Iquique el 9 de octubre de 2022, página 11.