El verso con la que empiezo está columna forma parte de la canción “La Reina del Tamarugal”, de Veas y Miranda y se ha convertido en la llave que abre las invisibles puertas del desierto. Estemos donde estemos, más aún de esta comarca/mall sus versos, son los cables a tierra de esta nortinidad que al centralismo le cuesta entender. Al igual que Andrés Sabella con su monumental novela “Norte Grande”, esta canción -carta de presentación- nos exhibe ante el abusivo centralismo que padecemos.
Más allá de la leyenda y de sus complejas toponimias como la que estudia Braulio Olavarría, la fiesta se reproduce cada año. A pesar del Covid 19 y de los encierros colectivos, el marianismo sigue vigente. En un mundo hipercultural, los peregrinos en base a su creatividad han sabido traducir a sus propios términos lo que el mundo le ofrece. Antes fueron los pieles rojas de Aniceto Palza, hoy las inmensas morenadas e incluso un baile de campesinos holandeses.
La Tirana no es carnaval y menos fiesta pagana. Es una religión popular mariana que ve en la China, a la madre que protege. Se le canta y se le baila. Son cuerpos y almas encadenadas que en forma colectiva dan muestra de un espíritu festivo que convive con la pena y la tristeza.
Sus primeros dominios fueron los bosques del tamarugal que la industria del salitre expolió. Tamarugo generoso que al decir de Luis González Zenteno nos simboliza. De allí vienen los pampinos.
La Tirana es cantar y bailar. Libreta en mano, se canta “Campos naturales” tal vez la canción más representativa de esta hermosa ceremonia que es la entrada. El baile que congrega desde los abuelos a los nietos reproduce a la familia extensa.
El desierto se convierte en un inmenso jardín. Los colores y la música le dan esa vida que siempre ha tenido. La Tirana desafía todo tipo de interpretaciones que desde las ciencias sociales se trata de esgrimir. El baile con todas las complejidades que posee nos exige una mejor comprensión de este complejo mundo que no es carnaval y menos folklore.
Publicado en La Estrella de Iquique, el 16 de julio de 2023.
Fotografía Gonzalo Valiente