Llegó a esta ciudad a fines de los años 70. Y no se movió más. Es de eso que algunos llaman iquiqueños por adopción. Quiso tanto a Iquique que se arraigó, co-fundó familia junto a una mujer que descubrió en las nieblas costeras jardines que nadie imaginó. Su nombre Raquel Pinto.
Arturo a pesar de su estatura, no era alto, se hacía notar con su sonrisa que no sólo le brotaba de su boca, sino que también de sus ojos. Con su delantal blanco, un tanto desordenado, camina por los eternos pasillos y recovecos de nuestro querido y ajado, pero necesario hospital regional. Tenía un humor especial y cultivaba una sátira que en tiempos de la dictadura eran bálsamos. Veneno para los de la otra orilla. Fue un valiente en esos años, cómplice activo pro-derechos humanos.
Teníamos intercambios musicales nada de ortodoxo para esos años en la que el casete dominaba. Me regaló una música, vallenato, y yo unos son montuno. Gracias a él conocí a la Luzmila Carpio y juntos a otros nos fuimos al Cusco a un congreso del Hombre Andino. Tenía un aire de familiaridad a Milán Kundera. Era a su modo el coautor de “El libro de los amores ridículos”.
En las noches del Wagón, un lugar de culto que puchas que se extraña, esperábamos la madrugada. Ya tenía el pelo cano. Eso le bastó a Patricio Advis para bautizarlo como Zorro Plateado.
En pleno mandato del Papa Polaco, se vistió como tal y recorrió los pasillos de su querido hospital. Tenía un escudero que siempre lo socorrió. La gastroenterología era su pasión. Y fue autoridad nacional en esa especialidad. Además bailaba tango.
Retirado de la medicina le gustaba los sábados ir a la feria de la plaza Arica. Allí en nuestra sede de La Cruz, conversábamos y preguntaba por las fotografías que hablan de nuestra historia. La vida del Dr. Arturo Kirberg Benavides, es la historia de un loco lindo, generoso y querendón de sus amigos. Forma parte de nuestra historia que excede a la medicina.
Fotografía gentileza de Juan Matcovich
Publicado en La Estrella de Iquique, el 3 de septiembre de 2023.