Siempre guardé hacia ella un sentimiento de gratitud y de cariño.  Y ese afecto se puede fechar y localizar. Hay que remontarse a los 80, cuando definirse como sociólogo era ser sujeto de sospecha, más aún si, aunque no lo crean, usaba el pelo largo y barba carente de canas. Iquique era una ciudad pequeña y bulliciosa. Deportes Iquique nos dio alegrías entre tanta tristeza callada. Lo que hoy es la Unap, fue sede de la Chile, y luego Instituto Profesional de Iquique con rector militar obviamente. Era de madera y de un solo piso.

Congenie con la gente de Educación con grandes profesores que luego fueron mis amigos. Parvularias adelantándose a la época con la interculturalidad, concepto que aún no estaba de moda. Psicólogas humanistas y sensibles hacia el Otro. Gran parte del día me la pasaba por ahí. Y como Iquique era pequeño, me encuentro con una profesora de apellido italo/iquiqueño. Hermosa, distinguida, amable y sobran los adjetivos. Enseñaba literatura. Coincidimos que para entender a América Latina, había que leer Cien Años de Soledad. Hasta que un día, por la tarde si mal, no recuerdo, me invita a dar una clase sobre la obra de García Márquez. No les miento fuí feliz. El tema era el lugar del mito en la narrativa del Gabo. En ese momento nació mi gratitud y admiración por esa mujer valiente que me abrió las puertas de su aula.

Hablo por cierto de Emma María Gabriela Gandolfo Mortola. Muchos abismos nos separaban, pero tendimos puentes. Me dejó como herencia un cariño que amasó como el pan de la panadería Olimpia. Su padre en La Liguria jamás perdió su acento italiano. Me dejó además una gran amistad con su hijo Juan Pablo.

Cuando releo al Gabo se me viene a la memoria ese gesto que proviene del mito y sus manifestaciones. Esa tarde de otoño en el IPI cuando se escuchaban las olas de playa Brava, la Gaby Gandolfo era y se nos fue  como Remedios la Bella.

Publicado en La Estrella de Iquique, el 12 de noviembre  de 2023.