La tragedia que viven los habitantes de Valparaíso y sus comunas, no puede dejar indiferente a nadie. Las llamas han consumido la vida a la gente de esos lugares. Todo se ha convertido en cenizas, los sueños se han transformado en humo. La historia del fuego ha sido de destrucción, aunque gracias a él, logramos pasar de lo crudo a lo cocido, un gran paso de la humanidad.

La tragedia sin embargo, y a pesar de todo, activa la solidaridad. Aquel sentimiento que se opone a la indiferencia y que cohesiona a los sujetos en busca de ayudar a mitigar el dolor del prójimo. Un capital de los sectores populares. La olla común es uno de sus símbolos más claros. En la crisis de los años 30 en Iquique la ciudad estaba llena de esas ollas solidarias. El aroma a porotos, al decir de mi madre, inundaba la ciudad. En la década de los años 50, las banderas negras flameaban contra el centralismo. En los años 60 en la gran huelga del Magisterio, la plaza Condell era un comedor abierto. Durante la dictadura cívico-militar, las ollas comunes, entibian el ambiente y  colaboran  a aplacar el miedo. Y qué decir de la pandemia del Covid 19, las organizaciones deportivas como Estrella de Chile, La Cruz y el Yungay entre otras, ayudan en sus barrios para evitar el hambre. Le hemos denominado a esta acción solidaridad horizontal porque proviene de sus iguales, sin necesidad del Estado, de las iglesias u otras organizaciones. Y cuando el pueblo se organiza no hay obstáculos para llevar sus sueños a la realidad.

Hoy Valparaíso pese al horror, se levanta una vez más tal como en el terremoto de principios del siglo XX. Para el último terremoto en Iquique, con las calles vacías, un vecino contrata un camión y recorre la ciudad con una banda de bronce. A nuestros hermanos del puerto central les haría bien escuchar la canción del Gitano Rodriguez, Dióscorp Rojas o el vals de Vìctor Acosta interpretado por el gran Lucho Barrios. Para eso sirven las canciones, para levantar el ánimo.

Publicado en La Estrella de Iquique, el 18 de febrero de 2024.