La regla de otro en la escuela era aprenderse las cuatro operaciones. Sumar, restar, multiplicar y  dividir. Previo a ello había que saberse las tablas de multiplicar.  Era parte de la docencia impartida en casa. Mi madre, negociaba a cambio de darnos permisos. La tablas del cuatro entera  de lo contrario se cancela la salida al Camino. Y así.

De esta simples operaciones surgen estas otras cuatro: desayuno, almuerzo, once y comida. Todo hogar se preciaba de realizar,  por muy humilde que fuera, con esta ley no escrita de las cuatro operaciones.  La mar era de todos y nos proveía de cabinzas, jureles y pejerreyes. La albacora de vez en cuando nos visitaba con sus fibras y majestuosa presencia. En la calle se voceaba el relleno de erizo, en tanto exquisitez que era bueno para todo. La ciudad tenía aroma y sonidos: era una caleta a escala humana. Los matarifes, por su parte, ofrecían los interiores de los animales y uno que otro pedazo de lomo. Ni que hablar de las machas que se obtenían en playa Brava. El limón de Pica complementaba nuestra tan rica como diversa alimentación. Eso sí, el arroz no podía faltar. Ir al cine sin el sándwich de pescado era faltar a uno de los mandamientos nunca escritos, aunque hubo varios Moisés ninguno se las dio de profeta. El cine era un espacio nuestro e indiscutido.  Nada estaba prohibido.

 Vaya a saber cuando y sin decir agua va, las cuatro operaciones se redujeron a tres. Y surgió ese híbrido que los siúticos bautizaron con la ausencia del cura del barrio como once/comida. Sentimos que algo nos faltaba.

 Hoy que corren tiempos de dietas hay para todos los gustos. La dictadura de los cuerpos bajo cualquier pretexto, reducen al mínimo las cuatro operaciones. La mesa iquiqueña aparte de ser diversa era generosa.  El caldo era una especie de agua bendita que te bañaba por dentro.  Los cubiertos eran máximo dos, y alcanzaba. Total la fruta se comía con cáscara.  Y en el caso de la naranja o del limón con agua caliente ayudaba a disolver lo ingerido.

 Somos producto de estas ocho operaciones. Sin ellas algo nos falta. El hogar y la escuela dialogaban y se complementaban.

 Publicado en la Estrella de Iquique, el 25 de agosto de 2024.