Quienes van con frecuencia a la fiesta de La Tirana saben que tienen deberes. Obviamente, el primero, saludar a la China, ir al cementerio, visitar a los amigos venidos de otras latitudes, entre otras múltiples actividades.

La Tirana es un lugar de encuentro, de renovación, de puesta al día de lealtades forjadas en el barrio, en la pampa, o a bordo de una pequeña embarcación pesquera, en búsqueda de la esquiva albacora. Muchos bailes se definen por el lugar donde viven y/o trabajan.

Hace unos veinte años atrás alguien me dijo que si no conocía a don Tito, La Tirana seguiría siendo un misterio o terreno para especuladores.

La infancia de don Tito la vivió en el barrio más mariano de Iquique, La Plaza Arica, donde actualmente se celebra la llamada Tirana chica desde 1934. No carece de sentido del humor. En una de las tantas conversaciones me dijo que siendo joven le decían Paul Newman.

Junto a otros son piedras fundamentales para entender lo mucho que ha cambiado el culto. La disputa por el quiosco, la lucha por iluminar el templo, entre otros adelantos, conviven en el legado que nos deja. En el caso de don Tito junto al Goyo innovaron en la música, trajes y danzas.

Se le ilumina la mirada de los ojos claros cuando está vestido de diablo, los Siervos de María aguardan por él. Alza los brazos y el pueblo estalla como anunciando la primavera. El silbato símbolo de la autoridad del caporal se deja sentir.

Cada 16 de julio y antes del mediodía en su casa espera a quienes los van a ver. Aguarda con su sonrisa y muestra su primer traje de diablo que vistió. Su casa, su familia, hijas lo miran con admiración toda vez que están atentos a su salud. El año pasado lo notamos con una voz más baja de lo habitual. Don Tito es parte de la historia larga de esta fiesta masiva y popular.
Un mariano nos deja