El dueño de las estrellas: el gringo Yuras

 

El viejo barrio tenía sus fronteras muy bien delimitada. Los de la plaza Arica sabíamos donde empezaba y donde terminaba el barrio. No había mapas ni geopolítica, pero si respeto. Hacia el norte se sabía que antes de bajar el barranco, había que pasar por la fábrica de cal. Pero, antes, se imponía como casa hacienda, la propiedad del gringo Yuras. Era el hacendado del barrio, el filántropo, de esos que hoy se echan de menos. Tenía tantas vacas como caballos que cada vez que veíamos una película de oeste, imaginamos que eran de él.

Tenía de todo o casi todo. Todo pasaba por sus manos, así lo creíamos, niños de ese entonces, que exploramos la ciudad más allá de los límites del barrio.

Por eso no fue nada de extraño. cuando una noche cualquiera (no todas las noches en Iquique, son cualquiera) al mirar al cielo, comprobé que le faltaba algo. Al levantar de nuevo la cabeza advertí que no habían estrellas. Curioso, un don de la infancia, que parece estar obsoleto, pregunté a mi hermano mayor, a menudo más serio de lo que se espera a esa edad, y sin citar a García Márquez (aun no sabíamos nada del Gabo, quizá estaba tecleando en una Olivetti, Los cien años de soledad), me responde, con toda naturalidad:

«Al gringo Yuras, se olvidó de ponerlas».

Me dormí tranquilo.

Muchos años después, cuando la inocencia va en retirada, calibre el sentido del humor de mi hermano y por cierto del poder de don Esteban Yuras.