Se decía, antes de la pandemia, que había que pasar agosto. Optimista actitud. La muerte nos marca a presión. Se decía, también, que este mes que acaba de empezar que era el mes de los gatos. Los techos de nuestras casas que jamás tuvieron calamina, por lo mismo, que casi nunca llueve, era el espacio gatuno por excelencia. Nuestros gatos, callejeros o mejor dicho, techeros, no respetaban fronteras. La voz del instinto, lo llevaba a cualquier tejado. El silencio de la noche se interrumpía por los gritos, saltos y quien sabe que más. Una mujer, se ganó el apodo de la Loca de los Gatos. No tenía más que animales. La leyenda urbana atribuye su locura a una pena de amor.
Desaparecían y cuando regresaban, a juzgar por sus aspectos, venían de una guerra declarada. Lucían carachas, rasguños y un aullido que bien podría ser interpretado como disculpas. No eran gatos de chalet como se decía antes, hoy son de condominio. Si la derecha no tiene calles, estos no tienen techo. No se conocía la palabra veterinario. Había que tener un perro y un gato, por lo mínimo. Y estos, a pesar del dicho, se llevaban bien.
Los techos de Iquique eran una especie de bodegas. Allí iban a dar lo que no servía, pero que podría, en algún momento, volver a ser útil. La economía circular aun no se inventaba, pero ya estaba. Viejos quitasoles, candados oxidados, entre otros vestigios aguardaban por un mejor uso. El viejo bolsón de cuero se transformaba en una bisagra. Los techos eran una especie de subconsciente de la familia.
Los gatos debían sortear esos obstáculos. En tiempo de pandemia en Animal Planet uno se entera de la vida de los grandes felinos, pero poco se dice de estos que además, tenían nombres. En mi casa había uno que se llamaba Raymundo. Desapareció de la escena familiar sin decir adiós. Llamarle Cucho era lo más común. La consagración de estos animales llegó con Tom y Jerry, un clásico que como tal, sigue vigente. No son cálidas estas noches de agosto.
Publicado en La Estrella de Iquique, el 2 de agosto de 2020, página 11