Cuando esta ciudad era de tracción animal, coches, carrozas y carretas entre otros, además de uno que otro jinete rumbo al matadero, conformaban un circuito de movilización, al que se le sumaban los ciclistas. La ciudad era caminable a lo largo y ancho. El ferrocarril era la excepción. Unía el puerto con la pampa salitrera. Las locomotoras exalaban humo negro. De allí que a los ferroviarios se les diga “tiznados”. Los coches Victoria en forma majestuosa transportaban a amigos y familia por las escasas calles destinado a esos fines.

No era como hoy un ciudad contaminada por la bulla. En esa ciudad se sabía quien venía solo por la forma de caminar. Sin mirar por la ventana se afirmaba “es el Maestro Andrés…”. Perros, gatos entre otros, mostraban su estado ánimo. Uno que otro burro rebuznaba, alertando de algún posible peligro.¿Se consumía leche de burra? Se escuchaba además, el grito de un vendedor ofreciendo rellenos de erizos.

Las calles eran de tierra y las veredas de madera. Los pampinos, producto de las sucesivas crisis, o volvían a sus lugares desde donde fueron enganchados o se instalaban en la periferia de ese Iquique que puebla la nostalgia.

Una ciudad que crecía sin plano regular, que venía de ese lugar que según se cuenta los nativos llamaban Ike-Ike. Un lugar donde el lobo marino acompañaba en la caza. Iquique y sus alrededores siempre llamó la atención de piratas y de otros usurpadores.

Al igual que otras ciudades no sólo de  Chile la nuestra se ha ido informalizando. El así conocido  vendedor ambulante ha  quedado dezplazado por esta nueva forma de hacer comercio. El turronero, el manicero, el sastre por solo nombrar a algunos parecen pieza de museo.

Nos queda poco de esos aires de familia que alguna vez tuvimos y que se expresaba, por ejemplo, en el mundo de los deportes, los carnavales, entre muchas otras actividades.

Publicado en La Estrella de Iquique, el 12 de enero de 2025