La amistad tiene caminos que el tiempo no puede olvidar. Y es que en los años de no verse, suele fundirse la verdadera amistad, que se expresa en el ¡Qué cambiado que estás!. Esas contingencias de la amistad que solo el vino hace posible que la digamos, entrecortadas por una emoción que nos recuerda que somos tímidos, sobre todo cuando hablamos de nosotros; de lo que fuimos, de lo que hoy somos y de que seremos mañana, cuando el tiempo nos vuelva a reunir en esta mesa.

A la mayoría de nosotros, nos ha tocado enfrentar la vida de formas distintas; cada uno sabe también cómo nos ha ido. Hemos elegido caminos distintos, pero en ninguno de ustedes la figura del Judas traicionero los transformó.  Y eso significa mucho. Significa que acá “estamos los que somos”. Pero, no están otros. Los que la historia no quiere que por ahora estén. El Héctor Barreda, el Rodolfo Fuenzalida. Aquellos que no pudieron vivir acá y quizás tampoco pueden vivir allá: en sus segundas patrias”.

El 4 A fue histórico, porque nos jugamos la vida y lo hicimos con tremenda vocación. Éramos adultos y jóvenes, pero jamás inmaduros. ¿Quién acaso no tuvo el deseo  de cambiar todo de la época por algo mejor? Y ya saben los que nos pasó. Se nos salió el tiro por la culata. Y ellos nos dieron en el corazón, pero sólo nos dejaron heridos.

El “Sanrro” o el “Coco” Vargas, los Richard Burton del curso, nos recuerdan un caso típico y envidiable de amistad. Siempre fieles.  Ahora es como si todos estuviéramos tomados de la mano. Me recuerdo del “Rubio” Madariaga faltándole el respeto a la Historia. “Osas tú hablarle Así a tu profesor de ciencias históricas” reclamaba Godofredo Morales.  Y no era falta de respeto. Era aburrimiento. El “Tuto” Belmar,  con sus eternos paseos que nunca le resultaron, con su parsimonia y calma.  Ojalá que ahora le hayan salido esos paseos.  El “Cabezón” Ara, mediador entre el mar y el ceviche nuestro de cada día, lejos el mejor alumno del curso. ¿Y qué será del “Gato” Alvarez, del Chinchín, del “Jote” Cáceres. Y este Toribio Jorquera tan dado a los paseos, lugarteniente de sueños que siempre se nos cumplieron. Tal vez nos faltaste cuando soñamos ese gran sueño.

Nuestro profesor jefe, verdadero amigo y maestro. El de los desayunos de los días lunes en la calle Orella; el de las corbatas de colores. El me enseñó cosas que en los libros de la vida no salen. No se que decirte. El sentimiento no encuentra la mejor palabra para ponérsela.

No puedo terminar si no nombro a mi compadre. El “Guata”. El pampino que  a diario nos recuerda que la humildad es una virtud y no un pecado. Militante de la vida y de la sencillez. Para ti compadre y para todos ustedes, me tomo este vaso de vino, y él me los bebo para no olvidarlos.

Iquique, 25 de junio de 1983

PD: Transcribo este texto tal como fue escrito a máquina, y se lo regalo a Tito Tordoya, gran amigo, compañero de curso también, bailarín del Chintaguay, exiliado en la actualidad en Calama. Gracias a la Zofri, nos vemos de vez en cuando en el puerto heroico