En cada casa hay uno o más de uno. Con la Zofri se masificaron. Los hay de todos los tamaños y precios. En él, en el álbum, cabe el pasado de una familia. Allí están las fotos como resistiendo  el paso del tiempo. El abuelo con paltó y corbata una tarde de verano en la Poza de los Caballos.  Arrodilladas o en cuclillas sus nietos miran el lente de ese fotógrafo de cajón que bien pudo  haber sido don Hipólito Vera.

Antes de la masificación de los álbumes que trajo la Zofri, las fotos se guardaban en cajas de zapatos, o bien en bolsas plásticas que se sellaban con un elástico. Su destino era un rincón del viejo ropero o bien en un cajón de la cómoda compartiendo su existencia con  chalequinas y calcetines. De tarde en tarde, se revisan como para ver si falta uno, o bien para constatar como los años han transformado en adulto al niño que montaba un caballo de madera. Detrás de cada una de esas fotos, un nombre, una fecha escrita con lápiz de grafito y con la caligrafía que los viejos chutes enseñaban.

Los álbumes de fotos son el  tesoro mejor guardado de las familias. Y es así porque constituye el mejor reservorio de la memoria e identidad del clan familiar.  En la época de la crisis iquiqueña,  sacarse una foto era un lujo. Algo que sólo algunos se podían dar el gusto de posar frente a esas máquinas enormes. La foto detenía el tiempo. Y en una especie de 1,2,3 momia, la sociabilidad quedaba petrificada para siempre. Allí están las fotos del matrimonio de mi tía Yiya, por ejemplo, hermosa como toda novia. O de mi prima Gloria, bella entre las bellas.

Las fotos de las familias, son las que más me gustan, porque allí está la vida cotidiana de este puerto hermoso.  Si pudiera transformarme en algo, me gustaría ser  el hombre invisible, para  deleitarme en cada casa, viendo esos álbumes  donde  quedó para siempre detenida la infancia de mi amigo Manuel Castro, o bien gozar con esa foto liceana que en su casa debe guardar doña  Ada Gahona.

La Zofri no sólo trajo los álbumes sino que también la polaroid y después las máquinas para filmar. Iquique y su gente está filmada, en la playa o bien bailando en ese ancho mapa donde habita el placer. Una décadas más esos registros serán apetecidos por los coleccionistas.

Debiéramos organizar una exposición de los álbum familiares. Sería un homenaje a la vida cotidiana. Sería como construir un gran espejo donde todos nos reencontramos con nuestro mejor pasado. Porque está claro, nos sacamos  fotos sólo cuando estamos  felices. O bien cuando creemos  estarlo.

Publicado en La Estrella de Iquique,  el 18 de abril de 2004.

 

 

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