Alto Hospicio es ya una ciudad. Y no lo es solamente porque tiene más de sesenta mil habitantes, con todo aquello que hace que un territorio sea denominado como tal, con sus virtudes y sus defectos, sino porque posee un centro cultural que da envidia. Lo comprobé la semana pasada, cuando la Fundación Crear hizo una donación de libros, con la finalidad de que esa instalación cuente con una biblioteca, especializada en temas del norte grande. Una sobria ceremonia, en la que el libro fue el centro de todo. La presencia del alcalde Ramón Galleguillos fue vital para entender el compromiso del edil con la cultura.
Por allá por el año 1896 o 1987, con la colaboración del reino de Noruega, el Centro de Investigación de la Realidad del Norte, Crear, instaló un banco de herramientas. La idea era prestar a los habitantes de Alto Hospicio, instrumentos que le ayudaran a construir sus casas. Martillos, serruchos, formones y una larga lista de utensilios sirvieron para materializar el sueño de la casa propia. Junto a esa iniciativa otras, como el empoderamiento de hombre y mujeres en la lucha por ser reconocidos como ciudadanos. Hoy hemos vuelto, esta vez a entregar libros, para la realización de otros empoderamientos.
El crecimiento de Alto Hospicio es evidente. Su lucha no es sólo ahora contra la pobreza. Debe luchar también contra el estigma. Es decir, con la etiqueta que surge casi espontáneamente cuando se pronuncia el nombre de esa localidad. Se le asocia con la pobreza extrema y sobre todo con la violencia, en este caso del llamado psicópata. Un hecho aislado, pero que resume como la autoridades de la época percibían a los esforzados habitantes de esta localidad. “Es peligroso ser pobre amigo” escribió Luis Advis en la Cantata de la Escuela Santa María. Y lamentablemente eso se aplicó, sin consideración alguna, a buena parte de la gente humilde de este sector.
Alto Hospicio tiene un centro cultural que se lo merece. La lucha de sus habitantes se expresa en esa conquista. Pero hay que consolidar ese espacio. Hay que llenarlo de actividades, que se traduzca en un goce por el arte que se multiplique como los panes por la mañana. Hay que ejercer la ciudadanía cultural, y para ello el estado y los privados deben articularse para que este bello lugar sea más bello aún.
Las ciudades reciben el nombre de tales más allá de las noticias que nos da el censo, o de la autoridad política de turno. Cuando la cultura ocupa un centro importante en las sesiones municipales o bien en la conversación al interior de una micro o de una feria, estamos asistiendo entonces a la consolidación de una trama urbana que se construye a través de la creación y del placer estético.