1904-1956

Nació en Antofagasta. A pesar de sus inmediatas raíces familiares extranjeras fue un hombre de una profunda chilenidad. La conquista de su título universitario, primero, y la vida profesional, después, lo alejaron un poco de esta tierra; pero no así de sus problemas, sus luchas y sus diálogos humanos. Toda su labor literaria está ligada a estas tierras.

Sus cuentos El Delirio, El Mala Cara y Titán Bucyrus, 118 son auténticamente nortinos y pampinos. El último de ellos obtuvo el tercer premio en un concurso nacional abierto por la revista «Hoy», en 1933, y publicado en el número 111 del año siguiente. En 1932, en la Editorial Nascimiento, de Santiago, publicó su novela polémica Carnalavaca, que es el más candente documento de defensa hacia el nacionalismo de la minería chilena, ubicando la acción de la novela en Chuquicamata (Carnalavaca) y con una relación muy clara en la clave de los personajes. Toda su literatura fue de crítica al capitalismo, hacia la falta de visión nacional con respecto a nuestros problemas nortinos y hacia la indiferencia por el hombre que lucha en medio del desierto, en las industrias mineras. Y no lo hizo por actitud política sino por una clara conciencia nacional.

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Carnalavaca

Pablo, con ánimos de distraer a su compañero, empezó a explicarle entonces sus hipótesis respecto al pasado geológico de la región, sobre todo lo notable del caso aquel del Río Chaco, por cuyo cauce caminaban, a más de tres mil metros de altura sobre el nivel del mar, y de lo interesante que era el estudio de la región para formarse idea de la potencialidad de las fuerzas naturales. Según él, la costa de Taltal, como la del desierto entero, no era sino la falda escarpada, cayendo a veces al mar como cortada a pico, de una gran meseta que en otras épocas geológicas había servido de lecho al Océano Pacífico. Un cataclismo monstruoso había levantado la costa repentinamente, dejando encerrados en lo que ahora hacía la pampa salitrera y la fantástica Puna de Atacama, hacia el Oste, una cantidad inmensa de pequeños mares y grandes lagos, que, a consecuencia del nuevo clima y las nuevas condiciones geográficas se habían ido desecando poco a poco hasta constituir los salares de la pampa, vastísimas depresiones secas o semi fangosas rellenas de toda suerte de detritus volcánicos y donde la preponderancia de la sal común demostraba inconclusamente su origen de antiguos receptáculos marinos extinguidos. Así, el clima del desierto de Atacama no había sido siempre tan seco y árido, como aparecía ahora; numerosos indicios, además de los salares, demostraban que allí habían existido en otros tiempos grandes extensiones de agua e importantes corrientes, sobre todo si se había de juzgar por la anchura de los álveos resecos y la dimensión de las piedras que había arrastrado consigo. Según Duarte, esta mudanza del clima parecía corresponder al comienzo de la época cuaternaria; los lagos debieron derramarse en el mar, el aire comenzó a llegar seco a la Cordillera de los Andes, que se fue despojando paulatinamente de sus nieves, y, a consecuencia de este agotamiento, los manantiales de las corrientes de agua, mermando poco a poco, habían concluido por secarse definitivamente, dejando el paso libre a la majestuosa aridez del desierto, a su modo de ver, uno de los más inhospitalarios y áridos del globo. -La quebrada por donde caminamos ahora, -hablaba Pablo- así, árida como la ves, debió ser una de las tantas venas por la cual se fue agotando la tierra hasta llegar a ser lo que ves, y lo que es ahora, ya lo creo que hay motivo para encontrar que hay algo de grandioso y de sublime en este desierto, algo que no se puede decir con las palabras porque las palabras son manifiestamente insuficientes para expresar lo que un hombre puede sentir ante tamaña maravilla.

 

Carnalavaca, olvido frustrado

¿Carnalavaca?

Esta voz insólita, a la que algunos, en el primer impulso de sorpresa o desconcierto, tienden a buscar una acepción rural y ganadera, es, sin embargo, el título de una novela nacional, escrita por Andrés Garafulic y publicada por Nascimiento en el año 1933. El autor nos introduce en el tema quemante, que empuja a su obra a un olvido palmariamente prematuro, apresurado: «Y un mes más tarde, todavía no bien bosquejado el negocio, John Curtiss recibía de Leo F. Blumenthal, la orden de apropiarse del mayor número de pertenencias que con el tiempo y el esfuerzo gigante de su impulsor había de llamarse mineral de Carnalavaca». Leo F. Blumenthal, personaje inspirado, según nos lo advierte sagazmente Mario Bahamonde s (Anales de la Universidad de Chile, Nº 7, 1969), en el financista Salomón Guggenheim, envía un agente suyo a Chile, John Curtiss, con el cometido de estudiar las posibilidades y rentabilidad de las inversiones mineras. Recibidas las primeras informaciones, el inversionista imparte instrucciones ambiciosas y audaces. Estas se cumplen rigurosamente, y así «el mineral -nos relata Garafulic- el mineral norteamericano se puso en movimiento repentinamente, para empezar a nacer envuelto en una gran nube de polvo. No se supo cómo, de la noche a a la mañana, el flanco de la Sierra se rajó para dar paso á un ferrocarril de sangre, de trocha angosta y, a los pocos días, una locomotora flamante, pequeña pero poderosa, reemplazaba a las mulas en la titánica labor de voltear una parte de las llamperas más pobres del Cerro sobre la hondonada para formar terraplenes sobre las usinas. Vagones, vagonetas, locomotoras, tanques, perforadoras neumáticas, motores, hombres, todo fue apareciendo sobre el cerro de Carnalavaca como en virtud de un poderoso conjuro. Ciento cincuenta carretas, en fila interminable, cruzaban el desierto de Tres Puntas a Carnalavaca arrastrando inmensas cantidades de minerales que se exportaban directamente a los Estados Unidos. Carnalavaca, con realidad más próxima y categórica que el alucinante Macondo de Gabriel García Márquez, bien lo advertimos, encubre una realidad geográfica y minera de nuestra Chuquicamata. Y así, el año 1933, el autor deja propuesto el gran conflicto. En su dibujo, acaso resentido por el vigor del sentimiento nacionalista, siempre peligrosamente dispuesto a distribuir las virtudes y los vicios unilateralmente, en una suerte de maniqueísmo internacional ingenuo, y por ingenuo, falso, aparecen, empero, las virtudes foráneas con lealtad: rendimiento, eficacia, organización, capacidad tecnológica, audacia financiera, voluntad denodada en el trabajo. El conflicto, sin embargo, entre ambas nacionalidades -la propietaria y la usufructaria- es el nudo siempre presente y trágico de la novela. Y el hecho de denunciarlo es, asimismo, la circunstancia que lleva la novela a un enérgico olvido. El crítico literario Yerko Moretic puntualiza «A causa de razones obviamente políticas, ha sido olvidada o subestimada por la mayor parte de los críticos». Tiene razón, evidentemente, el prolijo autor de «El Relato de la Pampa Salitrera» en la apreciación que antecede, al señalar las causas extraliterarias que castigan, empero, a la obra de creación artística. El tiempo ha corrido infatigablemente desde 1933. Y hoy que Chile ha llevado a cabo la expropiación de tres empresas cupreras norteamericanas, en virtud de una enmienda constitucional, primero y la correspondiente ley, después ambas aprobadas por la unanimidad de ambas ramas del Congreso; hoy que todos los chilenos seguimos con interés el respeto y la dignidad recíproca con que se conduzca la controversia de intereses (fijación del monto de las indemnizaciones, deducciones procedentes, etc) originadas por dichas expropiaciones, es hora de recordar, en la distancia de nuestros horizontes literarios, entre el polvo a veces denso y de tanto transeúnte trajinador y ansioso, la obra de Andrés Garafulic «Carnalavaca», ese intuidor y anticipado Macondo nuestro, nacido en las laderas precodilleranas del norte, a poco andar después de la franja verde y descansadora de Calama… Quiero decir: conviene ahora vencer o aplastar el intento de postergación: frustrar el olvido en torno de esta novela nuestra, honrada y grande.

 

La Prensa. 25 de Octubre de 1971. Santiago