Los clubes deportivos inventos de la sociedad civil son las instituciones que gozan de una envidiable autonomía. Pero el precio que deben pagar por mantenerla es alto. En sus estatutos explicitan de un modo más que claro que de religión y política no se habla. Así de simple. Esta declaración de principios sirve para mantener a raya todo intento por permear sus estructuras y su funcionamiento con temas que dividen.
Han sabido los clubes deportivos mantenerse a equidistancia tanto del Estado como de la Iglesia. Aún así, la labor de estas instituciones deportivas, ha consistido en subsidiar a la sociedad. ¿En qué? Sencillamente en dotar de espacios para el desarrollo de la sociabilidad, allí donde la escuela y la parroquia no alcanzar a llegar. En abrir compuertas para el despliegue de sentidos de vidas, de épicas y construcción de leyendas. ¿Te acuerdas cuando le ganamos casi al final de la hora a nuestros eternos rivales? Historias que la tradición oral se encargará de amplificar en el tiempo.
Ya sea en la sede social o bien en la cancha, en los camarines o en la plaza, se desarrolla una sociabilidad que permite el estar juntos. Y además se trata de un estar juntos significativo que tiene directa relación con el cuerpo. Algo que la escuela y la parroquia no consideran. En la cancha o en la calle el cuerpo se socializa con esos argumentos que la escuela ni la iglesia poseen. “La calle es libre” decíamos, mientras que la señora de la esquina nos corría a escobazos.
El jugar, en el deporte que sea, permite el desarrollo de habilidades y de conductas que otorgan identidades específicas. Ser del “Unión Matadero” o bien del “Unión Pueblo Nuevo”, permite el despliegue de una identidad, por lo general que emblematiza al barrio. Recordemos que la escuela simboliza a la nación y la parroquia al catolicismo que pretende ser universal.
El deporte no se puede entender sin los clubes. Estos son los encargados de diseñar y ejecutar el ocio. Se trata de un ocio planificado y creativo, Un ocio destinado a movilizar recursos simbólicos y de paso producir identidad.
Los clubes deportivos representan tal vez la última instancia autónoma de una sociedad que cada vez ejerce más control sobre sus miembros.
Tanto el Estado como la Iglesia precisan contar con clientelas para movilizarla en aras de sus intereses. Las juntas de vecinos, los centros de madres, los centros juveniles, y tantas otras denominaciones se diseñan para capturar masas acordes con los lineamientos centrales.
Los clubes deportivos por su parte, dejan fuera de sus recintos la política y la religión. Y lo hacen por que saben que ambas dividen y no sólo eso, atentan contra su mejor capital, su autonomía.
Los políticos y las iglesias siempre han mirado a los clubes como un botín a conquistar, pero siempre se han encontrado con una muralla infranqueable. Y no es que a los deportistas la política y la religión no le interese. Les interesa pero fuera de ese espacio donde se juntan para estar bien.