La vida del barrio no puede entenderse sin la presencia de los perros. Es más, Iquique, el Puerto Mayor, en su escudo debiera lucir un perro y un jote. Sobre este último, podría decirse, parafraseando a Sabella, que es el quiltro del aire, así como el jurel lo es del mar. Un desfile militar o una tarde en el Tierra de Campeones, sin ellos, es como Deportes Iquique sin Pelluco. Pero volvamos al mejor amigo del hombre … y de la mujer.

En la Plaza Arica, al igual que en otros barrios, la historia de los perros es una historia que aún no se escribe. Canes emblemáticos como el “500 lucas” animaron buena tarde del tedio de los años 60. De igual forma lo hizo “El Rayo” un perro cuyo nombre sintetizaba la contradicción de la velocidad: era un viejo perro que apenas caminaba. Otra, una perra, fue bautizada como la “Mary-Pepa” en honor a la vedette española de moda, en los tiempos en que la televisión era dominada por los Ravani. 

Los perros de entonces no usaban gomina, ni eran vacunados y menos aún bañados. Recorrían la ciudad sin prisa y marcaban su territorio con el solo expediente de levantar una pata. Lo demás era olfatear al prójimo y ladrar de vez en cuando, como para justificar su existencia. Eran sin ser peyorativos, quiltros, sin pedigree, sin sangre azul, carente de apellidos.  El humor popular, con la ironía que lo caracteriza, afirmaban que el quiltro, que bien podría llamarse Cachupín o Bobby, era un perro policial, pero que andaba de civil. O bien decía que era de raza, por el simple hecho que había nacido un 12 de octubre. En fin…

El 7  de noviembre,  la Plaza Arica tuvo su día gris. Arsel el perro bailarín murió producto de los múltiples daños que le ocasionó una micro que iba a exceso de velocidad por la calle Tarapacá. Una de las tantas gracias que tuvo este quiltro, fue su afición al baile. La tardes alegres del barrio, que pese a todo, son muchas, y al primer tono de “La niña María” empezaba a contornearse como si fuera perro caribeño. “Llevaba el ritmo en la sangre” habría exclamado  en más de alguna oportunidad alguna vieja querida de la plaza Gibraltar. Arsel, el perro, era de algún modo, un homenaje al vocalista de Gun and Roses, así como Bobby lo fue de algún cantante made in USA de los años 50.

Arsel, el perro bailarín fue enterrado en el mismo barrio. Una piedra traída de Punta Negra le sirve como lápida. Resulta que un perro, no es sólo un perro. Un perro, es por lo general, sus cuatro patas, su hocico húmedo y sus ganas de rociar cada territorio que cree suyo. Es un niño o una niña que tiende un puente con el animal y que lo cruza con manotazos, mordiscos y palabras. Para entender la relación entre nosotros y los perros, habría que leer “Conversaciones con Troylo” de Antonio Gala y escuchar la canción de Alberto Cortés.  Sin embargo, los niños o niñas, no necesitan manuales para desarrollar su afectividad. Los perros o perras, no precisan collares para saber con quien cerrar filas. Arsel, el perro bailarín, fue enterrado tal vez en el barrio más musical y religioso de Iquique. La “Niña María”, la ronda de los juegos infantiles que compartía con el quechi, la lleva y el cucurumeme,  halló en este can un motivo suficiente para seguir en el ranking de la memoria.

 

 

 

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