La negativa de Marcelo Ríos -el mejor deportista del siglo XX- de llevar el emblema nacional en la inauguración de los juegos olímpicos de Sidney, ha puesto sobre la opinión pública un tema que precisa una discusión de fondo. Y ésta tiene que ver con el hecho de que definitivamente vivimos una cambio de época. La actitud de ex-Nº 1 del mundo de alguna manera lo simboliza. Ya no pesa tanto la bandera como le pesó a Arturo Prat;  y el ejemplo de los jóvenes de la batalla de La Concepción parece algo que ya no se puede repetir. Morir por la patria es ya un anacronismo, o al menos eso parece. La globalización ha hecho trizas el concepto de patria y ha relativizado las fronteras.

Arturo Godoy representa el modelo deportivo del amateurismo. Marcelo Ríos el del profesionalismo. El guapo de Caleta Buena simboliza al pobre que asciende gracias al box,  a la cumbre; el zurdo de Vitacura al hijo de una familia pudiente que gracias al tenis logra acariciar al mundo. El primer modelo está fundado sobre una país relativamente aislado del mundo, y que cree fuertemente en sus símbolos patrios; el segundo, se levanta sobre un país globalizado donde las raíces que tuvo Godoy no tienen porque ser la de Ríos; los dos practican un deporte solitario. Sin embargo, detrás del box existe una lógica comunitaria, que no necesariamente existe en el tenis. El dos veces rival del mejor peso pesado del mundo, hallaba en la plaza o las calles de Iquique su sostén. El barrio eran una especie de patio donde aprendió a querer a la comunidad. Creció en un  barrio y en su club, y sobre ambos edificaba su identidad. El sentimiento de orgullo del “yo soy de Caleta Buena” fundaba una micro-identidad que sostenía a la del “soy iquiqueño”. El zurdo de Vitacura creció sin esas referencias. En vez de plaza tuvo Mall, en vez de club tuvo rancho,   se crió en Vitacura y ese no es un barrio. El Chino difícilmente puede decir con orgullo “soy de acá”. Y no lo dice porque sea un cínico, sino porque creció en una época donde ya no hay barrios ni ética comunitaria. El Tani, Arturo, Choque, Standen y “Maravilla” Prieto si lo pueden decir. Todos ellos son producto de una identidad que se sostenía sobre la patria chica y la patria grande: Chile e Iquique o viceversa.

Marcelo Ríos es producto de un país con amnesia que sufre cuando mira hacia el pasado. Es hijo de un concepto de futuro que se niega a construirse sobre el presente. Ríos es un personaje postmoderno. Llora frente a la TV, por un amor adolescente, y se niega a portar la bandera chilena porque su madre no logra entradas para verlo. Lo de Ríos es también un tango. Su identidad cultural, es pues una identidad descentrada. Ya no radica en la clase ó la nación y menos el barrio.  Es hijo de esta cultura que huele a Mac Donalds y cuyo carné de identidad es la tarjeta de crédito.

Sin embargo,  el hombre es chileno, pero de otra laya. No hay que pedirle lo que le pedimos al Tani Loayza  o a Arturo Godoy. A éstos le ganó el destino. El Chino, tocó el cielo y visitó La Moneda. Ahora le gana a la caspa. Pero que es talentoso,  lo es. Como niño mimado hay que dejarlo, ya nos tocará agradecerle cuando se cubra la espalda con la tricolor y nos recuerde porque le dicen el Maradona del deporte blanco.