De las tantas y violentas transformaciones urbanas que ha sufrido nuestra ciudad, se podría pensar en un lugar que resume todos esos cambios. Del paso de espacios públicos a espacios privados, de lugares de encuentros comunitarios a zonas residenciales y privadas. De la inclusión a la exclusión.

Uno de ellos, y a mi juicio el más significativo, es aquel donde se ubica actualmente el edificio Atalaya. La historia de este edificio, al modo como lo hacen los arqueólogos nos suministra variada e interesante información acerca de nuestra historia urbana reciente.

Si allí habría que excavar nos encontraríamos con los restos de una obra que para la época representaba el ideal de una ciudad abierta, popular y democrática. El cine Délfico que sintetizaba el ideal de una sociedad que democratizaba el consumo cultural. Un cine al aire libre con una pantalla en curva, en la que el ruido del mar era la banda sonora de la película allí proyectada.  Otras edificaciones de la época dan muestra de lo mismo: espacios públicos construidos bajo el signo de la democracia.

Y si la excavación continuara hallaríamos restos de pino oregón, y de otras maderas. Allí se construyó en la época de la tierra de campeones, el recinto deportivo, conocido como la cancha Manuel Castro Ramos. Sobre ese asfalto el año 1943 Iquique cae derrotado por Valparaíso, en la final de básquetbol. Por los porteños hay que decirlo, venían cuatro iquiqueños. Cosas del baloncesto.

Este recinto deportivo fue junto al Estadio Municipal, los dos referentes deportivos de una ciudad que había alcanzado ciudadanía deportiva.

En los años 80, se destruye el cine Délfico y se construye el actual edificio Atalaya. El que lo bautizó con ese nombre no pudo haber sido más preciso. Quiebra la ciudad en dos, impide el desplazamiento de norte a sur, en una avenida que corre junto al mar. La prensa de la época recoge la discusión sobre esta construcción. Jorge Soria promete que una vez elegido alcalde en los 90, lo expropiaría y lo transformaría en un centro cultural con sedes para las juntas de vecinos, etc.

Recinto deportivo, cine al aire libre y ahora torre de departamentos, el Atalaya y tal como su nombre lo indica, tiene una vista privilegiada sobre la ciudad que aún creemos nos pertenece a todos. Si existe eso que llaman la envidia sana –cosa que dudo- me gustaría mirar mi ciudad desde ahí. Y sentir en las noches de luna llena, el sonido de un balón de básquetbol sobre el asfalto, o bien la banda sonora de la película Maciste, o la voz de la Sandra  Olmedo catando los temas de Checho González. O para ser más épico, escuchar el conteo de piezas marinas capturadas por Raúl Choque y que nos dio el título del mundo en pesca y caza submarina.

Otras edificaciones resumen también las ideas que hemos esbozado más arriba. La Recova, la Municipalidad y ahora una tienda, viene a expresar casi lo mismo: el fin de los espacios públicos y la aparición de la propiedad privada en un esquema de neoliberalismo inmobiliario.

Publicado en La Estrella de Iquique, el 28 de junio de 2009