La palabra permanece y nos pertenece cuando se pronuncia; en un acto casi de fundación le otorgan rostros y voz a los sujetos y a las cosas. Antes de las palabras éstos no existen. Al principio era el Verbo dice el libro menos fotocopiado de la historia.
Nombrar es también apropiarse de las cosas y de los sujetos. No hay nada menos inocente que bautizar a un hijo o a una hija, a una plaza o a una calle. ¿Quienes son los padres que le pusieron a sus hijos Salvador Fidel o Miguel Enrique? ¿Que hacen los padres que le ponen por nombre a sus hijos Iván o Jonathan, Chakira o Yesenia?
Nombrar y re-nombrar, o mejor dicho bautizar y re-bautizar es un acto de poder; hay que nombrar el botín conquistado, pero ahora con el nombre del nuevo propietario. ¿A qué viene todo esto?
Viene al hecho de que la historia de Iquique puede ser vista también como un eterno acto de nombrar/re-nombrar, bautizar/re-bautizar. Y este acto fundacional y re-fundacional, cae sobre sus lugares públicos y más que nada por sus calles. La historia del nombre de nuestras calles es el mejor ejemplo de lo que afirmo.
A principio del siglo XX, casi al terminar su primera década, dos insignes cronistas, escribieron la primera historia de nuestras calles: Francisco Javier Ovalle y Juan de Dios Ugarte Yávar. En la década de los 40, Carlos Alfaro y Miguel Bustos la prosiguen. Los dos primeros, realizan una genealogía de nuestras calles. Tacna se transformó en Obispo Labbé. Huancavélica en Baquedano, etc. Sólo la calle Loreto permanece en el tiempo en que eramos peruanos. El cambio de nombre no es al azar: es el intento por marcar el territorio ocupado. Es el afán por construir fronteras aún dentro de lo ocupado. No vaya a ser cosa que digamos Tacna en vez del nombre del Obispo.
Este proceso, sin embargo, no ha terminado. La playa peruana ha sido modificada en su denominación, ahora se llama Ike-Ike. Y los ejemplos siguen. Después de la revolución del 1973, las nuevas autoridades siguieron la misma lógica del Ejército vencedor del 1879. En una razzia semántica, borraron todo lo que oliera a marxismo. Así el pasaje Luis Emilio Recabarren, el líder del movimiento obrero de principios del siglo XX, trocó por el genérico nombre de Los Capitanes. El pasaje Ernesto Che Guevara, se transformó en Cabo Larrondo, en honor al gordo carabinero que casi siempre vistió de civil.
Se advierte entonces que el poder, del signo que sea, precisa borrar para escribir el nombre de sus próceres. Al principio fue San Petersburgo, luego Leningrado, y de nuevo la ciudad se llama como el zar. Uno por otro.
La calle 10º Oriente por ejemplo, en plena época de la Unidad Popular, se llamó, por Ley de la República, Elías Lafferte G, en homenaje al discípulo de Recabarren y senador del Chile Republicano. Su nombre fue borrado, esquina tras esquina, y sobre su letras se grabó otro: Pedro Prado. El poder de entonces parecía conciliarse con la cultura. Pero no. Era Avenida Soldado Pedro Prado. ¿Quién fue?. ¿Quién los mató? ¿Cómo murió? ¿Por que nadie lo reclama? Pedro Prado se ha convertido en una avenida ruidosa, de animitas y de muertes no aclaradas. Una más. Un amigo recuperó la placa original de la Avenida. Sólo falta la voluntad para hacer las paces con la historia.