La plaza Gibraltar, más conocida como la plaza Arica tiene sus banderas a media asta. Sus veredas y jardines guardan un silencio que es roto, de vez en cuando, por el paso apurado de los caminantes que nadie sabe a donde se dirigen. Esta plaza y su quiosco es la memoria de años de barajar sueños, sobre todo, deportivos y una que otra pena de amor. Marino Castro, tiraba combos a su propia sombra, reconociendo, eso si, que el único que le ganó, fue el Tani Loayza. Entre los muchos que veíamos esa perfomance, estaba Edgardo Barría. Como todos en los barrios, tenía no sólo uno, sino muchos sobrenombres.

El otro cruciano, el burro Herrera, lo rebautizó como Barry. Un gesto anglosajon propio de esta iquiqueñez que cada día pierde algo de esa esencia de la vida de los barrios. Edgardo fue grande porque estuvo con La Cruz más en las malas que en las buenas. Y eso se agradece. Porfiado como ninguno, honesto como pocos. Barría suena a barrio. El Barry era un nostálgico de esos que ya no quedan. La Nueva Ola y las películas del “El bueno, el malo y el feo”, lo entretenían tanto como la saga del auténtico 007, ese de “Operación Trueno”. Con la ida del Barry, La Cruz, se reinventará en la otra vida.

«Me gustan todas las películas de John Wayne» comentaba. «Menos una», añadía. Era la de las boinas verdes, un filme que apoyaba la presencia yanqui en Vietnam. El Barry, nunca creyó  eso de que el deporte no tenía nada que ver con la política, pero reconocía, eso si, que cada una tenía su autonomía relativa. Los Barría, son a la plaza Arica y a La Cruz, lo que los Mir son a Cavancha, y los Cáceres al Colorado.

Esa familia enorme que es la plaza Arica debe poner en la lista de los que no están, el nombre de Edgardo, y cada cierto tiempo, cada 9 de septiembre, por ejemplo, agregar su nombre a la lista de los grandes presidente de La Cruz. Como dice nuestro himno: «porque buen cruciano soy».

Publicado en La Estrella de Iquique, el 2 de noviembre de 2014, página 15