Las redes sociales son un laboratorio para aquellos que se dedican al estudio del comportamiento humano. Y un sufrimiento para los amantes del lenguaje. Las redes sociales son un inmenso pizarrón poblado de barbarismos. La mejor señal de nuestro pésimo sistema escolar está acunada en las redes sociales. En el barrio no importaba que la gente escribiera mal, por lo mismo que la oralidad era el mecanismo de la información. Nadie hablaba con falta de ortografía. Se cuenta la historia de un amigo que lo enviaron a escribir en la pizarra del restaurante el plato del día. Se ofrecía: «Bistec con arroz». Al no saber escribir la palabra bistec, optó por poner «Carne frita con arroz». Que la gente escriba bien en las redes sociales es batalla perdida. De vez en cuando se pone de moda ciertas conductas. A algunos se le ha dado por mandar bendiciones como si fueran expertos en el tema de la distribución de este tipo de oraciones. Pero me gusta porque le rompe el monopolio a curas y pastores, que la distribuyen a su antojo y siempre bajo amenaza. Se han masificado tanto las bendiciones como la costumbre que tiene la gente de hacer asado en la calle o en la playa. En la economía de la salvación, un bien escaso en estos días y sobre todo en nuestras noches, enviar bendiciones es una especie de amuleto. Una suerte de protección, casi como un escudo contra los misiles de la envidia. Por lo mismo, se le agrega, con cierto tonito paternalista, un cuídate mucho. ¿Cuidarse de qué? El xenófobo que lee esta columna sabe de que. La Otra, la distinta, sigue siendo fantástica como la Daniela, como lo fue la «Japo» en el barrio.

No contento con lo anterior, y casi primo hermano de las bendiciones, cuando un ser querido se muere, aparece el «vuela alto». ¿Volar a dónde? Dudo que mis amigos Pedrito Aravena Trujillo o Jorge Monardes Skinner, ambos enemigos del clisé y de la teología barata, les haya gustado una frase tan siútica como esa.

Publicado en La Estrella de Iquique, el 18 de marzo de 2018, página 15.