Brasil no puede con sus fantasmas. Organizó este mundial para romper con la maldición del 50. Lo único que consiguió fue despertarlos. Se encarnó el viejo arquero del 50, Barbosa, en la figura de Julio César que vio como su imperio cayó siete veces.

A los dioses de la verde amarella no les gusta que su equipo gané mundiales en casa. De nada sirvieron las oraciones del duro David Luiz para entrar en comunidad con los fieles de ese templo. Su llanto transmitido por la TV sintetiza mejor ese mandamiento que dice que los duros también lloran.

En el catecismo futbolero de los brasileños hay dos fechas para nunca olvidar. El 16 de julio de 1950 y el 8 de julio de 2014. En el mes de La Tirana los fantasmas charrúas se aliaron a los teutones.

La niña de Ipanema ya no camina con gracia.

En el 1950 el pueblo guardó silencio y apagó sus penas en los bares. Obdulio Varela, el capitán charrúa se conmovió con la tristeza. Dice Galeano y Soriano que pidió disculpas. No creo que lo haga el capitán alemán. El pueblo de hoy, él de las protestas los abucheó con oles.

Esta derrota, me temo, no sólo será futbolística, a lo mejor desencadenará otros fenómenos difíciles de imaginar.  A cantar con Chico Buarque «Oh que será, que será…».