Te atraviesa como un dardo venenoso que da justo donde tiene que dar. Me desplomo lentamente en el sillón, barajo recuerdos y la melancolía me estremece una vez más. Siento los pasos de mi hija que se entretiene con sus amigos en el cyber espacio. Los fantasmas me toman por el cuello. “Viajo a bordo de un barco enloquecido, y voy pa ninguna parte. Ando sin encontrarte”.
Lo demás es historia conocida. Abro el “refri” casi por instinto.
“Si quieres encontrarme ya sabes donde vivo”.
Me acuesto. No silbo melodías, menos en la escaleras.