El nacionalismo chileno que se expandió a las tierras conquistadas y que hoy constituye el Norte Grande, necesitaba imponer sus intereses dictados por el ideal de una nación homogénea, blanca, monolingüe y patriarcal. La idea de que este país con sus nuevas fronteras debiera ser habitado por chilenos solamente se impuso a través de la escuela primaria. La presencia india era molesta e incómoda de allí como decía Podestá habría que desandinizar. Se prohibía hablar el idioma nativo. Se imponía un nacionalismo lingüístico. Cada lunes al cantar, mientras se izaba el himno nacional se realizaba una especie de comunión con la idea de Chile.

El territorio era de Chile, pero sus habitantes no. De allí la necesidad de penetrar en todas las esferas de la vida social con los mandatos de la chilenidad. Se ingresaba a la escuela como andino y se egresaba como chileno. Esto no es inédito para nuestro país, sucedió en Italia, Francia, Finlandia sin nombrar a nuestros países vecinos.

Cambiar el nombre de las calles se inscribió en la misma tendencia. Baquedano reemplazó a Huancavélica, Céspedes y González a Unión. Nuestras calles tienen nombres de militares y muy pocas de mujeres. Esta ciudad, por el nombre de sus calles, parece  un gran regimiento. Se ignora la dimensión humanista que nos definió al igual que los deportes. Nombres como la de María Monvel o de Iris di Caro, de Luis Advis o de Bobby Deglané brillan por su ausencia. Una calle de Sevilla lleva el nombre de este último. Ni que decir del gran Antonio Prieto, el Tani o Godoy.

Pero así como hay una calle que se llama 21 de Mayo, de justicia sería que otra calle y no un pasaje, llevara el nombre de 21 de Diciembre. Un recuerdo que no podemos negar de ese movimiento obrero, trinacional, compuesto por hombres y mujeres que días antes de Navidad, en 1907, pagaron con su vida, la osadía de pedir lo justo. La escuela Santa María, se reencarnaría en 1973, en La Moneda.

Publicado en La Estrella de Iquique, el 20 de agosto de 2023.