El título de esta crónica “Canción para contar los muertos”, la tomo prestada de un poema del poeta iquiqueño Pedro Marambio Vásquez. Es uno de los buenos poemas que he leído inspirado en ese 21 de mayo. Navegando por el disco duro de mi computadora, tratando de ordenar papeles, me encuentro con una serie de poemas dedicado a Prat. Las voces de Huidobro, Gandarillas, Carrizo, entre otros, nos hablan de ese arrojo con la que se funda buena parte de la épica nacional. Dice Marambio: “La bruma sobre Iquique/y en la niebla espesa el fogonazo…/Quizás después de cenar o reír/de recordar la cama en Ninhue/ y la tarde perfumada de álamos/sobrevino ese temblor de arrepentirse/de abrazar al enemigo y darle agua/ y cantar sobre la nave una canción de cuna”.
No obstante lo anterior, la relación de la gesta de Prat con la literatura no es tan estrecha como nos gustaría que fuera. Es cierto, estamos llenos de poemas menores sobre ese acto mayor acontecido en Iquique, pero nos falta una obra mayor. ¿Será tal vez que el acto en si fue tan poético, desgarradamente poético, que está de más, contarlo y cantarlo bajo el canon de la poesía? Tal vez.
Prosigue Marambio: “Pero era tarde, era lunes/en la espada brillaba la muerte/ con sus dientes niquelados/Los marinos lloraban su lágrima de algas/ mientras se acercaban las naves/ y en el arrebato de la sangre/ donde pensar es lo mismo que el coral/ cayó en 21 desmayos la tarde herida de pólvora”.
Una poética que narra el combate, en clave no bélica. Marambio nos quiere recordar el acto humano. Nos devuelve con ello, la humanidad que no se deja ver entre tanto humo, entre tanta balacera, entre tanto heroísmo. Después de todo, el heroísmo es un acto no cotidiano, excepcional. Mientras que la humanidad es cosa de todos los días. Fueron “21 desmayos”, aclara a la historia y al calendario, el poeta.
La poesía nos remite, aclaremos, al registro de la historia, contada eso si bajo otro lenguaje. El poeta despliega el recurso de la imaginación y la bate armoniosamente con la historia. Marambio nos da su versión de los hechos. Su régimen de verdad no pertenece a la historia.
La voz del poeta es la crónica poética a más de un siglo de sucedido los hechos. La poesía actúa aquí, acaso como un ritual, un recordatorio que nos hace saber que el miedo acude también a la cita con la gloria. El escalofrío es cosa de los dioses no de los hombres. Las lágrimas derramadas o contenidas, denuncian nuestra frágil condición de humanos. El 21 de mayo fue una acto estrictamente humano. Lo que hizo la diferencia es el arrojo, aquel que nos falta en nuestro diario vivir.