Nació el 1 de enero de 1927 y falleció el 17 de marzo de 1968
Lo tuvo todo para ser el mejor. Pero por algo le decían el “loco”. Su genio y su carácter le hizo zancadillas. Un personaje en el mejor sentido de la palabra. Murió trágicamente.
En la sección “Migajas” de la Revista Estadio, don Pampa escribió:
“Un dato curioso, Carlos Rendich no se llama Carlos. Eso sólo quedó en el deseo de sus padres. Los inscribieron en el Registro Civil, con los nombres, de Carlos Germán, pero el oficial, octogenario y dormilón, olvidó el primer nombre, y en los papeles el muchacho, se llama solamente Germán. Lo de Carlos es como un apodo”.
Don Pampa, escribió:
“Dieciocho años pícaros” Carlos Rendich, la más sólida esperanza del pugilismo chileno, tiene desplante y parece predestinado a la fama.
“Salió del mismo barrio de el Tani”
Era brava esa palomilla de la plaza Arica. Brava como ninguna. Tenía nombre y en los otros barrios la temían. Allí, en la plaza del bario alto del puerto de Iquique, a una cuadra del cementerio y a cuatro del matadero, se reunían en las tardes y en las noches, plaza desmantelada que sólo adorna una cancha de básquetbol. En Iquique en casi lugar vacío plantan una cancha de básquetbol. Era el más chico del grupo, pero el más atrevido, el que ganaba las discusiones, el que tenía mejores ocurrencias y sugería los mejores planes. El “Loco” lo llamaban. Travieso, inquieto, siempre estaba haciendo o tramando algo. El “Loco” era el primero en todo. Ninguno como él para pescarse de un coche o de una carretela o para trepar un poste. Y ninguno más guapo. Era pequeño, flaco, pero a nadie le aguantaba ni un pelo. Muchos grandotes quedaron con las narices rotas y llorando ante la agresividad del chico. Sin que nadie lo nombrara, fue capitán de la pandilla. No hubo elección ni ceremonia. Pero todos decían antes de acometer cualquier cosa. “ Vamos a ver que dice el “Loco”. Capitán sin golpes y sin espada, pero temido por su bravura. En las guerrillas con las barras del Colorado, del Morro, del Carampangue, del Hospital, siempre triunfó la Plaza Arica. A piedra y a combo limpio. No se crea que era una banda de malhechores, nada de eso. Sólo de palomillas que creaban diversiones, además de sus juegos juveniles: tocar las puertas, poner alfileres en los timbres, correr a los enamorados de los rincones obscuros, asustar a los chinos de los almacenes de la esquina, entrar a los teatros sin boletos, ir a las iglesias a pedir “sebitos” en los bautizos. Dividía a su gente en grupos en las noches de los sábados para mandarlos a la Catedral, al Corazón de Jesús, a la iglesia de San Francisco y a la de San Gerardo. A las diez de la noche había junta general y allí el “Loco” repartía los dineros. Después había banquete con sopaipillas y picarones.
Era valiente, sin duda; pocos se atrevían a entrar de noche al cementerio para esconderse en un nicho vacío, al lado de uno ocupado. Esta era la prueba de suficiencia para ingresar a la pandilla.
En la playa el “Loco” era siempre quien nadaba más a fuera y el capeaba olas grandes. En Cavancha, en Molle, en las Primeras Piedras, en Punta Gruesa, no había enrocado desconocido para él, y era un mariscador de primera, siempre recogía más erizos, más apretadores, más pejeperros. Había también noches, de excursiones cuando hacía frío y la camanchaca bajaba al puerto. A subir los cerros. Llegaban hasta la quebrada de Huantaca y hasta la brillantina. Eran fieros en la ascensión por las faldas arcillosas, resbaladizas, y corrían, pues siempre había un premio para el que llegara primero, pero el premio todos sabían quién se lo llevaba.
Chiquillos diablos, barrabases, pero buenos muchachos. Lo demostraban cuando alguno caía enfermo o sufría alguna desgracia. Entonces los fondos de la pandilla eran todos para el enfermo. Se suprimían las sopaipillas y los picarones. Ordenes del “Loco”.
Tardes hubo en que no apareció por la plaza, entonces todos lo iban a buscar. Sabían dónde se encontraba, lo habían sorprendido varias veces. Y allí estaba pegado a los barrotes de la ventana, con los ojos salidos como un cangrejo, mirando a los que adentro, en un ring,se daban de golpes. Pero a veces el local estaba desocupado, y él siempre pegado a la ventana. “Es loco de verdad”, se atrevían a decir algunos. Se pasaba horas embebido, sugestionado, mirando un afiche grande en colores, hecho en Estados Unidos, del más agresivo fighter que se haya mandado a la tierra de los records y de los campeones. No sólo miraba la estampa linda sino que a ratos imitaba la guardia, la postura del pugilista famoso. Ese local era el del centro de box “Tani”. Un día lo dejaron entrar y le prestaron guantes, e hizo mejor que nadie el salto con la cuerda, los ejercicios de la lona, los side-steps, los ganchos, los rectos y equivalían con acierto. Había mirado tanto. Tenía 12 años y pesaba 35 kilos: le concertaron una pelea. Y figuró en un programa: Match a cuatro rounds Carlos Rendich v. Víctor Francini, éste último es ahora uno de los buenos livianos amateurs del país. Esa pelea no se efectúo: el día antes de su realización Rendich partió en viaje al Sur, y la familia no aplazó el viaje por la pelea del caballero.
Las lágrimas corrían por las caras mugrientas de catorce chicos parados en el muelle de Iquique la mañana en que el “Loco” dejó su tierra. La pandilla quedó sin capitán.
Nació predestinado, sin duda, para imponerse en su medio. Con audacia, con inteligencia, con virilidad. Era un boxeador en potencia desde que niño se paraba en las ventanas del centro “Tani”, de Iquique, a admirar la estampa de campeón. Y sus sueños, sus ansias, su ambición, que nunca ha querido confiarlos a nadie – tampoco hoy lo hace-, se están convirtiendo en realidad.
Carlos Rendich, desde que en los rings santiaguinos comenzó a atraer la atención de los aficionados, mostró pese a todas las imperfecciones técnicas, algo que no es común y que resulta como un sello de calidad, como marca de fábrica de garantía. Algo que, ya después del dar y recibir con guantes amateurs, se acentúo más en cuanto inició la subida con los puños profesionalizados. “Llegará lejos”, “Tiene pinta para campeón”. “De los nuevos es la esperanza más segura”. Mostró condiciones y también defectos notables, pero, en realidad, tenía y tiene un atributo que lo hacía destacarse del grupo. Los técnicos le decían: “Tiene muy buena derecha, coloca bien los rectos. Se desplaza con soltura. Resiste la pelea y pega”. Bien, pero esas aptitudes también las han tenido otros, y, sin embargo, no generaron esperanzas tan teñidas. Es que Carlos Rendich, en su fibra pugilística, tiene algo más, difícil de definir, de clasificar. Algo intangible. Algo que con el box corresponde a lo que Elynor Glyn en el atractivo físico denominó “it” y los americanos han dado en llamar “sex appeal” o “glamour”. Rendich tiene la auréola, la estela que dejan los cracks, los escogidos. El llegará muy arriba en su carrera si sigue enamorado de sus guantes y de la disciplina como hasta ahora. Si no se envanece muy temprano y se deja seducir por los cantos de sirena de los amigos más amigos, y que a veces resultan enemigos.
Ahí lo tienen colocando de golpe y porrazo en la primera fila de los púgiles profesionales chilenos. Nadie ha hecho una carrera tan impresionante y espectacular. El año pasado era un desconocido, y hoy un aspirante legítimo al título de campeón de welters. Ya le ha lanzado el reto al Raúl Carabantes. Ha sido meteórica su campaña; el nombre de Rendich sonó como un estampido en el ambiente, surgió como fuego de artificio que parte como una flecha para abrirse arriba en luces de colores.
Ochenta combates de amateur; peleaba donde lo dejaban. Por él que hubiera box todos los días. En el “Recoleta”, en el “México”, en el “Cía. DeGas”, en el “Cuatro Naciones”, hasta que peleó en el campeonato de Santiago el año 43. Knockout, Knockout, Knockout, barría con todos los rivales, mas en la final encontró quién lo pasara y ganara por puntos: Segundo Goicochea. Hace poco más de una año inició su era profesional, lleva dieciséis combates sin una derrota. Venció a Héctor Gática, a Eliseo Tobar, empató con Jorge Rodríguez. ( Como hinchará éste el pecho para decir: “Lo que es a mí no me ganó”) Ganó por K.O. al “Cacharro” Moreno, a Raúl Azúa a Alberto Aguilera, a Nibaldo Riquelme, a Luis Candía, a Rogelio Dinamarca, a Nicolás Taiva, y al argentino Guillermo Rodero. Y por puntos a Humberto Maturana, a Segundo Goicochea, su vencedor en la final de aficionados de Santiago; al argentino Sebastián Romanos, al peruano Angel Bernaola y a Humberto Buccione.
Así ha avanzado sin tropiezos el muchacho por los caminos del profesionalismo. ¡Y sólo tiene dieciocho años!. Hay razón para entusiasmarse con su porvenir, que se le señala grande y magnífico. Sólo hay que desear que el carro no se salga de línea.
Carlos Rendich es simpático, dicharachero, francite, optimista y despreocupado. El “Loco” mantiene su vena de muchacho. Acaso ahí está el “algo” que lo está empujando hacia la fama. Sube al ring a divertirse, porque le gusta, le entusiasma el deporte de dar cachetadas, de trenzarse a golpes, y que a él no le peguen.
-Es lindo eso de los coscachos- dice-, sobre todo cuando se topa con un gallo tieso. Allá es donde mes gusta el “bailes”, y solito me doy la orden. ¡Ya, “Loco”, vamos al dulce!… ¡Ay, si me dejaran con Andrés y don Pincho pelear como a mi me gusta; pero tengo que seguir las instrucciones de ellos, que son quienes me enseñan y me dirigen. Me gustaría ir a los centros un par de veces por semana para hacer las peleítas así de frentón, de dar y dar, en cuatro o seis rounds. Allí donde salen chispas es bonito.
-¿Di, cuando te sentiste con fe, con confianza de hacer algo? ¿Cuándo comprendiste que ibas para campeón?
-No: déjese de bromas, señor. Yo no soy ninguna cosa seria. Estoy tratando de serlo. Ya veremos más adelante, cuando me toque con los notables. Ahora en cuanto a la confianza, esa me la tengo siempre con cualquiera. Yo no aseguro nunca que voy a ganar a nadie, pero subo a un ring a pelear y a tratar de que no me peguen.
En la visita a “Estadio” viene con amigos, con su hermano y con su entrenador, Andrés García. Y el ambiente fue alegre, las bromas imperaron y se estrellaron contra Rendich que reacciona siempre con viveza, con rapidez, con malicia y con picardía. No es fácil acorralarlo y “chuparlo”. Como en el ring, como en el campo de sus travesuras de muchacho.
– Yo peleo con el que me pongan. También con Joe Louis. Si me lo mandan don Andrés y don Pincho, allá voy yo. Ellos sabrán porqué me lo ponen. Además tendrán que hacer bajar de peso al negro.
– ¿Qué hay de aquello que eres bueno para los cabezazos?
– Cosas que le cuelgan a uno nada más. Se me tiran con la cabeza y yo la tengo más dura, porque igual se me podía romper a mí. Buccione me pegó aquí, y muestra un hematoma grande que tiene en la frente. Yo no pienso que él lo haya hecho adrede, siempre se está expuesto. Ya ve, a mí se me hinchó no más y no se me rompió ni hubo sangre.
“Dicen también que soy mañoso, que recurro a las “reñuelas”, a la “rayuela” del ring”.
– No, hombre, a las “triquiñuelas” del ring.
– Bueno, a eso. Todos los recursos los he aprendido a los maestros. En mis entrenamientos con Fernandito, Carabantes, Buccione, Piceda, con los peruanos Carrillo y Reyes, y con el uruguayo Irureta.
Una vez en el entrenamiento Fernandito le restregó el guante en un ojo: al rounds siguiente se lo hizo Rendich. Protestó el “eximio”, y respondió el iquiqueño: “Oiga, don Antonio, yo seré todo lo cabro que usted quiera, pero yo aprendo las cosas que usted me enseña.”
Es Andrés García, el veterano entrenador, quién opina de su pupilo:
– Ustedes vieron la pelea de anoche, y no me dirán que su actuación no fué correcta. Tengan la seguridad de que el muchacho, irá cada vez siendo un púgil más disciplinado y correcto. Lo conseguiremos porque es obediente. Lo que ocurre es que aún no sabe perdonar, y si a él le vienen con alguna treta, responde con una doble. Pero todo eso se le quitará, pues queremos que sea un campeón que se gane la popularidad y el cariño del público, no sólo con su capacidad y su destreza, sino también con su caballerosidad. Ya lo verán, cada vez adquirirá más sobriedad y más disciplina. Yo tengo la confianza en su porvenir, y creo que en él está la mejor figura del pugilismo chileno. A los veinte años será un púgil de excepción en los rings de América. Tiene la mejor derecha de la actualidad. Posee muchos defectos todavía, y esto es lo que hace confiar más su porvenir, pues así, lleno de imperfecciones, pues está ganando a los mejores.
– Corte la broma, don Andrés- interviene siempre en broma el pupilo-. Eso que nunca he sido puesto K.O es hasta por ahí no más. Recuerde mi debut en el box. Un amigo me llevó al club deportivo “recoleta.”. “Te gusta el box, me dijo, y me presentó. Me pusieron guantes, me aumentaron la edad- tenía catorce años- y me inscribieron en el Campeonato de Novicios en el peso mosca. No me alcancé a entrenar, a los dos días me tocó pelear. Mi rival era Fernando Riccardi, que era de los buenos, y me ganó por K.O. Sí señor; mi primera pelea la perdí por K.O. Me entró un golpe al estómago, y caí al suelo. No me pude parar, pero después protesté de que había sido un golpe bajo.
“Eso no me desanimó, y al día siguiente fui al gimnasio a entrenar. Aquel día debutamos juntos con un vecino y compañero, Pedro Suil, él ganó muy bien. Los críticos y la prensa dijeron que Suil era un novicio de mucho porvenir y que de Carlos Rendich no podría esperarse nada en el box. No recibí muchos estímulos al comienzo. A mí qué me importaba, si lo que me interesaba era pelear.
“Y, ¿sabe?, en el “Recoleta” estaba don Andrés García preparando a Nonato Contreras, y a mí que era un cabro, no me llevaba de apunte. Todos los días saltaba, esquivaba y me ponía delante de él para que me dijera algo; pero inútil, hasta que conseguí que se fijara en este guachito”
– En realidad, comencé a fijarme -dice don Andrés García- en un muchacho que estaba todos los días ene l gimnasio, que sabía pararse y desplazarse con facilidad. Y lo tomé cuando llevaba ocho peleas como aficionado. Desde entonces es mi pupilo.
-¿Sabe cuál es el boxeador que yo más admiro? Arturo Godoy. Por lo machazo que es. Porque no retrocede nunca, y va y va dando y recibiendo. Yo creo que me entusiasmé más viéndolo a él. Es muy guapo, muy valiente. Y también es de la tierra querida. De la región del salitre y de la albacora. Yo vi a Godoy en sus peleas con Lovell y con Ulrich, y estuvo “fenómeno”. Le pregunté una vez porqué usaba esa figura del “Ratón Mickey” cosida en su salida blanca de ring. Me dijo que era un amuleto que le daba mucha suerte, por eso que yo uso la chaleca blanca con un diablito negro. Y el diablito me ha salido milagroso. Ya ven hasta ahora no he perdido ninguna desde que lo uso.
No puede discutirse que Rendich, aquella noche, cumplió su performance más convincente respecto a su porvenir. Estamos frente a la esperanza más sólida del pugilismo chileno. Muchacho magníficamente dotado, que desde un comienzo entró con aplomo de campeón, con seguridad y hasta con insolencia. No se achica con ninguno. Esa seguridad se la ha dado la atinada iniciativa de su entrenador de trenzarlo siempre con los cracks, de acostumbrarlo a ellos en los entrenamientos. Y por eso el muchacho no los respeta ni los teme. Tiene enorme cachaza.
Ya ven, esa noche entró a mandar en el ring, y era Buccione el reticente, el precavido frente a un adversario de dieciocho años. Ante su desplante y la firmeza con que lo madrugaba con rectos, el “Peloduro”, bravo como ninguno, no hizo el derroche de bravura que gastó ante un Piceda o un Fernandito.
En esa pelea no era el novicio el preocupado y nervioso, como que en el último round, Buccione, enardecido con una chilenada le gritó: “!Pelea, pelea como hombre!” Y él respondió, travieso y ladino, seguro de que tenía la pelea ganada: “No viejo, ya no puedo más”, y comenzó a danzar a su alrededor. Son dieciocho años pícaros y atrevidos.
Don Pampa
Revista Estadio. 29 de junio de 1946
Las peleas se Carlos Rendich en: http://boxrec.com/list_bouts.php?human_id=205042&cat=boxer