El barrio popular, sobre todo aquel llamado histórico y que encuentra su acta bautismal a fines del siglo XIX, de vez en cuando, es azotado por la muerte de algunos de sus miembros. Las otras muertes, que destruyen la conciencia colectiva, no aparece en los diarios.

Esta vez la muerte, la insaciable se llevó a Carloto. Esa seña basta para saber de quien estábamos hablando. El barrio tiene códigos y protocolos que sólo son válidos para quienes lo comparten.  La esquina de Bolívar con Arturo Fernández, fue por mucho tiempo un lugar donde la familia Espinoza sentó sus reales. Varias generaciones miraron el puerto por esa esquina de cemento y con ampliación.

Carlos Espinoza Baussa, fue un personaje hecho a la medida del barrio. Es decir, vestido con los trajes que la ocasión amerita. Dueño de un sentido del humor que le servía para capear temporales, no de esos, que la naturaleza de tarde en tarde nos acecha, sino de los otros que tiene que ver con la naturaleza humana. El barrio, lo bautizó como Buddy Richard, ya que encontró que Ricardo Toro, el cantante, se le parecía.

Lo recuerdo de albañil. Y sobre todo silbando melodías que oscilaban entre el tango y el bolero. Tengo una foto tomada según la estética de un equipo de fútbol. Seis de pie, y tres en cuclillas. Están en lo que fue el negocio de Belfor, en las esquina de San Martín con Arturo Fernández. Se ve en el fondo, la construcción en maderas. De izquierda a derecha y de pie: Echeverría, Letelier, Carlos Espinoza, Guillermo Jiménez, Toro. En cuclillas: Curinche, y Letelier. Entre ambos hay uno que desconozco. Al igual que en la fila de arriba, entre Espinoza y Jiménez. Los Letelier, son los mellizos: Belfor y  Hugo.

La foto nos habla de un Iquique de los años 60. Gente “pobre pero honrada” y elegante hay que agregar. La estética de la época así lo exigía.  Carloto luce una camisa de franela y encima un paltó como se decía en aquellos tiempos. Observar esta fotografía es como pasar lista. Muchos de los que allí están, ya no lo están: ausente, ausente, ausente.

El barrio era una estructura que poseían esquinas, sobre la que se articulaba la vida. Algunas cambiaban su función de la noche a la mañana. La esquina del Belfor, era la esquina en que los viejos miraban el mundo que cambiaba. El tango “Cambalache” parecía darles la razón.

El velorio y el funeral de Carloto, sirvió para que el barrio se volviera a encontrar, dejar por un lado sus diferencias y valorar un origen común. Gente de El Colorado, el Matadero y la Plaza Arica lo despidió. Sus raíces eran profundas y populares. La muerte suele ofrecer estos momentos. “Muchacho” me decía cada vez que lo saludaba. Nadie le decía don Carlos, y eso que se le respetaba. Supo  borrar las formalidades.  Equilibró las relaciones sociales. El usted lo cambió por una sonrisa.

En el día de su velorio, la generación del power point presentó un audiovisual. Las imágenes desfilaban al compás de la canción “Mi viejo” interpretada por Piero.  Al rato, “La balada para un Loco” de Piazzolla y Ferrer, nos recordó que también le decíamos “Loco”. De cariño, claro está. La sintonía entre el loco de la Buenos Aires y el de la Plaza Arica. Una ecuación casi perfecta. Tuvo la despedida de un campeón de Chile. Y es que lo fue, a su modo.

 

Publicado en La Estrella de Iquique, 29 de julio de 2009