El carné  es un objeto que se lleva en la cartera o billetera y que resume lo que somos. Ahí están nuestros datos básicos: nombres, apellidos, nacionalidad, fecha de nacimiento, profesión y lugar de nacimiento. Y por cierto una foto, en la que nadie sale bien. En Chile, hemos tenido varios, ya que el ideal de la seguridad ha provocado que cada cierto tiempo se invente uno mejor. Tengo uno más antiguo de mi abuelo José.  Alcancé a tener el verde de varias hojas que en el plebiscito de Pinochet de 1978, una vez marcada la preferencia, un funcionario serio y efectivo, le cortaba una punta. Ese objeto debería estar en el museo de los derechos humanos.

Pero no sólo la tecnología ha cambiado, el país también, incluso en su geografía. Un victoriano, renueva su cédula de identidad. Hace los trámites habiendo nacido en la Oficina Salitrera Victoria y cuando le entregan el nuevo documento, su lugar de nacimiento es Pozo Almonte. El carné entonces ya no es de identidad. Ya no es un documento fiel. No es que mienta, sino que altera el pasado de todos los pampinos y pampinas que observan como se le escamotea su pasado. Le pasó a Williams Sembler, el músico. Su reacción no se hizo esperar y se lo hizo ver al funcionario que le entregó el documento. Pero, como final de cuento, al señor del Registro Civil, le había pasado lo mismo. Dos huérfanos de su tierra natal solidarizaban en ese tremendo error del Estado que le había no sólo destruido sus casas y plazas en la década de los 80, sino que también le negaba su condición de victoriano, tal vez la única seña de identidad oficial que quedaba.

El Estado debe reparar lo sucedido con todos los que como Sembler sufrieron el despojo de su lugar de nacimiento. Al Estado parece no importarle eso de que “la pampa nunca muera”.

 Publicado en La Estrella de Iquique, el 29 de junio de 2014, página 17