Estimado señor Chirac:
París, señor chirac (así con mayúsculas), tiene para nosotros los que vivimos en esta parte del mundo, un encanto especial que no sabemos bien de donde viene. La ciudad de la luz la llaman algunos. París tiene un glamour que atrae, sobre todo si la miramos desde la infancia o desde un domingo por la tarde, cuando el tedio nos reclama que lo dejemos tranquilo. Nuestra adolescencia, de aquellos que estamos en los lozanos cuarenta, Francia y su mitología nos atraían de un modo especial.
La revolución francesa, pese al horror que trajo consigo, nos emborrachó con sus promesas. Desde ese entonces, usted lo sabe muy bien, el mundo ya no es el mismo. El pueblo en la calle derribando los muros que otros de nuevo irán a levantar y derribar de nuevo, demostraban un protagonismo que la historia y Marx, no lograba imaginar. Los filósofos de la Ilustración, esos ingenuos racionalistas que blandieron la espada de la razón contra lo que ellos creyeron ignorancia, se nos mostraban de un modo casi, como se dice ahora, paradigmático. Condorcet caminaba por la bohemia parisina creyendo haber encontrado el sentido que ninguna historia posee. Diderot, editando su enciclopedia sin el apoyo de Fondart. Rousseau diseñando su propuesta contra la modernidad, en las mismas barbas de ésta, nos irán a llevar de algún modo a Marx. Era un Ilustración necesaria. Diez siglos de oscurantismo remitidos a la Edad Media como dicen los historiadores, que a veces mienten, era mucho.
Y París, señor chirac, enarbolaba todo ello: el optimismo, el triunfo de la razón, la promesa de la felicidad y un largo etcétera. Como yo vengo de la sociología, nos enteramos que el padre de esta ciencia tan vapuleada por sus propias contradicciones, fue el francés Augusto Comte, y que tras varios intentos de suicidios, y de amores desesperados logra terminar su obra positivista que aún pesa en el discurso y en la praxis. Como si fuera poco, lo ya dicho, en el Liceo de Hombres de Iquique, que trocó en A-7 por obra y gracias de Pinochet, madame Ada Gahona, nos enseñaba el francés, el idioma de la ternura y la razón. Monsieur Boronof y Pisan-Li y otros desde las páginas del “Passaport s’il vous plait”, nos adentraban en su idioma, señor chirac. Y nosotros lo repetíamos. Aprendimos unos cuantos diálogos de memoria acerca de la amabilidad y hospitalidad francesa, que en mi caso olvidé, cuando en un bus de Barcelona a París, el policía francés, nos pidió el pasaporte, sin él s’il vous plait, a todos los extranjeros.
Entonces nadie nos decía nada de los argelinos y su lucha por la liberación nacional, ni el Vietnam que al ganarle la guerra a ustedes, se preparaba para ganarle al enemigo del norte, ese que se llama Tío Sam. Y cuando nos dimos cuenta, pensamos que ese había sido el gran pecado de su juventud. Después de todo el colonialismo es inherente a ustedes los europeos. Pero, señor chirac, ex estimado primer ministro, alcalde derechista de París, esas prácticas colonialistas que creíamos abandonadas no por mal gusto, sino por principios de justicia, vuelven en forma de hongo, a expresarse en un mundo que, pese a todo parce avanzar a un acuerdo en temas como el que usted hizo estallar en Mururoa.
La humanidad, esas que Augusto Comte hizo concluir en su estado positivo, donde ha de reinar la ciencia y la felicidad, cada día se aleja más. O usted no leyó a Comte y a los ilustrados. O usted tiene un desprecio por la vida y por la historia. O usted ha de coincidir terriblemente con Voltaire, porque él como buen ilustrado despreciaba la cultura popular y la vida, tal como usted monsieur. Despreciar la vida con actos de arrogancia y prepotencia son sólo típicos de gente como usted: derechistas e ilustrados. Los demás franceses como desde la Bardot a las más humildes mujeres y hombres de ese país, lo deben despreciar. Usted señor chirac es un nuevo Ayatolah. Au Renoir.
PD. Al 2010, Nicolás Sarkozy, decide expulsar a los gitanos de Francia.
Publicado en Estación Iquique.
Centro de Investigación de la Realidad del Norte.
Septiembre de 1995. Iquique, Chile.