Todas no querían ser reinas, querían ser como la incomparable. Nada de fácil, evidentemente. Cecilia, hay una sola y se nos acaba de ir. Nos dejó con ese fondo de mar de medianoche, canción inspirada, tal vez en Cavancha.
Luchó contra el olvido y le ganó con esos pasos únicos que solo una incomparable nos puede brindar. Pasó un período en Iquique, luego que la Nueva Ola empezara a envejecer. Pero ella tenía sus fans, que pintaban canas. Almorzaba en ese local que antes de la guerra de los Balcanes se llamaba Yugolavensky Dom, un lugar que replicaba ese país que Tito construyó. Muchas veces la vi sola saboreando una cojinova frita con puré de papas. Ese fruto del mar fue engullido, ya sabemos por quién. Lo suyo era el menú de cada día que se ofrecía a oficinistas jóvenes que ignoraban que sus padres se habían enamorado con alguna de las canciones de esa mujer que era amiga de la Violeta Parra, de Víctor Jara y Patricio Manns. Nunca me atreví a conversar con ella.
La Pantoja cruzó la nueva ola con la nueva canción chilena, cuestión no menor. Grabó Gracias a la Vida y La Plegaria del Labrador, en otras palabras cantó a la Violeta y a Víctor Jara. Valentín Trujillo en el piano y en los arreglos. Por lo mismo fue incomparable.
Su brillo sobre el escenario -hoy le dicen perfomance- opacó a otras que pese a sus hermosas voces, nunca alcanzaron el rótulo de incomparable. Pienso, por ejemplo, en la Carmen Maureira.
Cecilia debe tener un diario de vida escrito entre voces y sombras. Pedro Lemebel la retrata de cuerpo y de alma.
Viendo sus actuaciones por las redes sociales y siguiendo su velorio y funeral por la televisión, uno se da cuenta que esa mujer que lució con orgullo la pañoleta verde, que creía en la diversidad y en la inclusión era mucha mujer para este país tan enano.
En el espacio sonoro de la casa de la infancia, escucharla era tan incomparable como gozar el pan con mantequilla.
Publicado en La Estrella de Iquique, el 30 de julio de 2023.