Leyendo la prensa de fines del siglo XIX uno se encuentra con palabras que hoy sonarían extrañas. Cuando un sujeto se pasaba de la raya y más que eso, cuando cometía un delito, cualquiera que ese fuera, se iba a chirona. Se tratase de un crimen o del simple robo de un pantalón, era conducido a ese calabozo llamado chirona, palabra que venía al igual que la mayoría de España. La comisaría de la plaza Brasil, era la más conocida, aunque los delitos de mayor cuantía, se cumplían en lugares, se supone, más seguro. Un ejemplo: “Un pobre hijo del celeste imperio que anoche fue a orinar al kiosko de la plaza Condell fue sorprendido por los guardias, quienes lo detuvieron y a pesar de los alegatos del culpable este fue a parar a la chirona” (9 de junio de 1895).
No sabemos cuando esta palabra cayó en desuso. Pero, fue reemplazada por otra tan exótica como la primera: capacha. “Está en la capacha”, sirve para señalar a aquel o aquella que cumple una pena acorde con el delito, que no siempre es así. A veces no es lo mismo robarse una gallina que estafar al fisco. La palabra se pronunciaba casi en susurro.
Ambas palabras suenan a encierro, a humedad y a pobreza. Lugar donde los días se cuentan esperando el día final, o bien la dominical, que no es más que un adelanto de la tan preciada libertad. En la capacha la presencia de san Lorenzo es incuestionable, al igual que la China y la de los hermanos evangélicos.
Cuando la capacha estaba en la calle Wilson los clubes deportivos iban a confraternizar con los internos. Se cuenta que los mejores trabajadores de cuero: botas, pelotas de fútbol, aprendían en chirona ese oficio. La de Wilson se demolió como queriendo olvidar el pasado. La de Pisagua reclama una gran intervención para su salvaguarda.
Chirona y capacha se refieren a lo mismo, lugares de encierro y castigo.
Publicado en La Estrella de Iquique el 3 de abril de 2022, página 11.
Fotografía del baño de la cárcel de Pisagua
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