Esta ciudad tiene cientos de apodos imposibles de detallar todos aquí. A sus nombres como “Iquique, tierra de campeones”, “Iquique es puerto”, “La Cenicienta del Norte”, “Iquique una ciudad para querer”, entre tantos otros, habría que agregarles, lo de la “ciudad de miradores”, que corresponde a lo que se podría denominar apodos. Otro es es la ciudad de ferias.
Tanto en el centro como en el sector sur, pero más en el casco antiguo, las ferias abundan como los perros vagos -habría que ver si hay alguna relación entre esos dos concurrentes-. En locales donde el fuego se ensañó se levanta una feria. Es el caso, por ejemplo, de las esquinas de Latorre con Vivar. Una vieja y conocida tienda de música -vendía discos 38 y 45 rpm- de Guido Marinkovic, se transformó en una feria artesanal. Se levantó como provisoria. Lleva cerca de veinte años. Donde alguna vez la ferretería El Serrucho nos suministró clavos, enchufes y lija de madera, hay otra. Tiempo demoró el milagro de convertir en lo mismo las esquinas de Tarapacá con Lynch. Y para que hablar de las ferias ambulantes, que el humor popular bautizó como “cuneta mall”. Y ejemplo hay muchos más. En el sector sur, el más “civilizado” de todos, en las esquinas de Séptimo Oriente con Tadeo Haencke, por lo menos dos veces al año, se instalan dos populosas ferias. Una que vende los remanentes de la fiesta de La Tirana y ahora en Navidad la que vende juguetes. La feria Coliseo y todas las que están en la calle Thompson, son las más famosas. En otra ocasión hablaremos de las ferias que expenden productos agrícolas como aquella que funcionó en la calle Latorre ente Juan Martínez y 18 de septiembre.
Basta un sitio baldío, un permiso municipal, una buena cantidad de pino insigne, muchos metros de malla de esas que llaman rachel, y esto es lo más importante, un buen equipo de sonido, para que el milagro de la multiplicación de las ferias acontezca. La Zona Franca sigue siendo el gran surtidor. En la época del Puerto Libre de nuestros vecinos ariqueños, la feria que rodeaba al Mercado Municipal, se alimentaba de artefactos tan dulces como los chocolates Sublimes o Bambú, o de juguetes de baquelitas. Doña Adriana Olivares, el “chico” Rivera, entre otros, eran feriantes, como se dice ahora, emblemático.
Las ferias tienen que ver con nuestro pasado y presente andino, tiene que ver con nuestra sociabilidad que se construye hacia afuera, hacia lo público, tiene que ver con nuestra economía, y por cierto con nuestra idiosincrasia. Ahora que la navidad se deja sentir, estas ferias se convierten en la Zofri chica, el lugar donde salir del paso, el sitio preferido para regatear, la geografía vital del mercadeo en la que la urgencia de la hora, la proximidad de la fiesta del consumo nos empuja a meternos en sus laberintos lleno de toallas, gobelinos, pilas, chalas, cassette y de un cuanto hay. Somos una ciudad de ferias.