Esta ciudad crece y como crece. Uno se distrae y aparece una torre  de departamentos como de la nada. Alegra saber que exista un boom inmobiliario. Preocupa eso si,  que todo este crecimiento se haga prácticamente sin ningún tipo de planificación. No me canso de señalar ese aspecto, ya que el Plano Regulador, es el instrumento que permite ordenar el crecimiento de Iquique. Y esta ciudad, quizás la única de Chile, carece de este dispositivo.
 Hay que recordar que la ciudad es de todos. Por lo mismo, preocupa como se construye. Llama la atención  como el casco antiguo, el fundacional de la ciudad, gracias a la desatención que sufre, permite la construcción de edificios en altura que desentona con el carácter de un puerto con identidad singular.
 Las calles Ramírez, Obispo Labbé desde Zegers hacia el sur viven procesos de construcción acelerados. En la segunda calle llama la atención un gimnasio al  lado de una biblioteca. La bulla no se compadece con el acto privado e íntimo de leer un libro o de revisar viejas fotos y archivos.
Además, la construcción de nuevos edificios trae consecuencias que tiene que ver con el consumo de agua, entre otras. Ni que hablar del tráfico vehicular. Una ciudad colapsada en términos viales que construye paseos peatonales mientras que el número de vehículos aumenta. En otras palabras, menos calles y más vehículos. La palabra taco, que creíamos típicamente santiaguina ya es local. Si a ello le sumamos la falta de transporte público el cuadro es más triste aún.
 Los ciudadanos nos merecemos una ciudad a escala humana. Eso implica entre otras consideraciones, ciclo vías, teatro Municipal, espacios públicos libres de vendedores ambulantes. En otras palabras, precisamos y exigimos una ciudad en que haya una sintonía entre sus habitantes y las calles que habitamos.


Publicado en la Estrella de Iquique, el 21 de abril, página 22