Lo sucedido al perro bautizado como Clinton es condenable desde todos los puntos de vistas posible. No hay lógica ni razón que permita entender el comportamiento de quien realizó tan horrible conducta. Me sumo a las protestas. Pero no a todas. El otro Clinton corrió mejor suerte.

Hay detrás de la reacción ciudadana, una actitud de xenofobia que es francamente preocupante. Las autoridades, de todo tipo, deben prestar atención a este fenómeno que de vez en cuando se viene repitiendo. No hay que olvidar algunos gritos de las barras que en el estadio las arremeten contra los peruanos y bolivianos. 

En el facebook, por ejemplo, se trata al presunto hechor como “un repulsivo chino”. Me pregunto si el autor hubiese sido un italiano o inglés, se hubiera usado el mismo adjetivo. La respuesta es no. Sucede que el discurso colonialista y xenefobo ha instalado sobre los hombres y mujeres de oriente, un conjunto de estigmatizaciones y de prejuicios virulentos y odiosos. En el caso del norte grande de Chile, esto viene del fines del siglo XIX. La prensa de la época, reproduce ese discurso y publica en sus páginas el odio étnico de europeos sobre orientales. “Raza amarilla, antihigiénica, no confiables” son, entre otros, los ejes de un lenguaje violento.

Repito nada ni nadie puede justificar la acción de este ciudadano. Pero de allí a movilizar sentimientos racistas es otra cosa. Otras expresiones recogidas en la red ya citada son para preocuparse: “chino de mierda las tendrás que pagar…muerte al chino”. Y esta otra: “que el chino se muera y se pudra por dentro”.  Y deben haber otras y seguirán apareciendo más. Aparte claro está del sentimiento de querer aplicar la ley por sus propias manos, como pretender, por ejemplo, que al ejecutor de tal acto, se les amputen sus genitales. La ley del ojo por ojo y diente por diente. Más preocupante aún es el hecho que los autores de estos discursos son estudiantes. Y mucho de ellos universitarios.

Ya hemos señalado en otras columnas acerca del carácter multicultural de nuestra región. El desafío es aprender a valorar al Otro, al distinto. Con los indígenas y los orientales tenemos una larga deuda en nuestra convivencia. Más allá de las pertenencias étnicas y/o culturales, la conducta de los seres humanos hay que evaluarlas a la luz de sus actos y no de sus rasgos. La historia de Iquique muestra grandes ciudadanos orientales, sobre todo la de aquellos que el año 1910 donaron el terreno para la construcción de la escuela Centenario Nº 6.

El estereotipo, el estigma, el prejuicio, sólo sirve para evitar conocer a las personas. Una educación liberadora, democrática y ciudadana debe corregir desde la base estos sentimientos. Un chino, un negro, un musulmán, es un amigo que hay que conocer.

Publicado en La Estrella de Iquique, el 1 de agosto de 2010, página A-9