También se le llama spam. Son esos miles de correos electrónicos que cotidianamente nos saturan la bandeja de entrada. Hay de todos los tipos. Desde aquellos que nos ofrecen vacaciones de ensueño en una isla del Caribe, pasando por clases personalizadas de natación, hasta los que afirman “que el tamaño si importa”. En un estudio que sólo los gringos son capaces de realizar, tienen tiempo y dinero, se llegó a la conclusión que la mayoría de estos correos promueven la venta de la pastilla azul que ha cambiado la vida sexual de los habitantes de este planeta. El viagra, es el medicamento más promocionado por esta vía.

El llamado correo basura, no es sólo atributo de las comunicaciones vía Internet. También está aquel que nos depositan día a día, en nuestras casas. Son miles de folletos que nos ofrecen todo o casi todo. Por lo general de las mal llamadas “grandes tiendas”. Ahora que se nos vienen las elecciones, este tipo de papelería aumentará cualitativamente. ¿Se imagina usted la cantidad de árboles talados que hacen posible toda esta papelería que termina en la basura? Quienes distribuyen estos papeles son manos anónimas, que se amparan en la noche. Los carteros, ya lo sabemos, andan por las calles, con el sol a cuesta, silbando melodías, mientras hacen su trabajo. Aunque a decir verdad, distribuyen más cuentas que aquellos sobres escrito a mano, con letra conocida, que nos conectaba con un amigo o pariente lejano. Empezaban así: “Espero que al recibo de la presente…”.

El cartero ha perdido protagonismo. De él dependíamos. A la hora acordada aparecía ya sea en bicicleta o a pie, con su bolso de cuero entregando las buenas o las malas. Si hasta los perros dejaban de ladrar cada vez que el “Chato” Mercado subía por San Martín. El telegrama era cosa seria. Anunciaba la vida o la muerte. Los perros rompían el trato con la siesta y despertaban al barrio. Los jóvenes de hoy no conocen ese pedazo de papel en que cabía la vida o la muerte. Muchos ni siquiera saben donde queda el Correo y menos aún que en ese mismo lugar funcionó el primer el Teatro Municipal. Y que decir de las casillas, esas con números donde había que ir a retirar sobre y sobres. Conozco a dos que no abandonan esa costumbre de peregrinar a esa especie de Meca.

El correo electrónico mató la carta sencilla con esquela humilde. Le quitó la presencia urbana al cartero. Ya no llegan cadentitas que alguien anónimo tiraba por debajo de la puerta. Ahora aparecen por Internet. “Su usted envía a cien amigos copia de la presente, será feliz el resto de su vida”. Cosas así que la modernidad tecnologizada no ha podido evitar.

El spam o correo basura es parte de nuestra vida diaria. Tenemos que vernos con esos que nos ofrecen todo o casi todo, a cambio de un depósito en una cuenta bancaria. Felizmente hay filtros para reducir esos molestosos correos. Pero, de vez en cuando hay que revisarlos. Uno nunca sabe.

Publicado en La Estrella de Iquique, el 14 de marzo de 2009