Los de antes, preferentemente caminábamos la ciudad. Los automóviles, eran de unos pocos. Algunos poseían motonetas de esas Vespa o Lambretta y, los más elegantes, una Gilera. Juan Osorio, era uno de ellos. El resto, se las arreglaba con la bicicleta. En el Liceo, por la calle Baquedano, amarrabámamos las bici como si fueran los caballos de la películaa “La Diligencia”.
Los demás, éramos peatones que, con suerte nos colgábamos de los coches Vìctoria. Sobre nuestras cabezas, azotaba el cochero el látigo, para hacernos desisitir de nuestro arrojo. Caminar la ciudad, era una pedagogía esencial y vital. De la plaza Arica al Liceo, trazabámos un mapa que con prisa, íbamos sorteando. O, se bajaba por Zegers, luego de cubrir Arturo Fernández, o bien, el Mercado Municipal, se constituía en una referencia, sobre todo a la vuelta, por el seductor olor a pan recién salido del horno de los Sciaraffia.
Pasar por el Coliseo, era el modo de saber si Charlton Heston actuaba en la próxima película. Ni qué decir de las rubias que poblaban nuestro imaginario, sufriendo por las maldades de los Pieles Rojas o por el feo de Jack Palance. El Nacional, por su parte, competía con una oferta musical como los shows 0007 de Omar Arriagada y sus Dixon.
Caminar, era el modo de conocer lo más vital de la vida. Y, me temo que sigue siendo así. Cortar calles, era imaginar un modo más económico para llegar al lugar indicado. Ir al Pueblo Nuevo, donde mi tía Josefina, era lo más lejos que se podría imaginar. Una especie de castigo, cuya estación de descanso, era el llamado Hospital Chino, en donde, a través de sus rendijas, se podía advertir la nostalgia de los orientales por su Canton querido.
La ciudad, era como nuestra palma de la mano. No sin sorpresas, pero ir a la Siberia, si bien es cierto era lejos, no lo era tanto, porque allí las canchas de fútbol, donde los zapatos se enterraban, nos indicaba que era por lo mismo, un lugar seguro. Los malos, jugábamos allá.
Publicado en La Estrella de Iquique, el 27 de julio de 2014, página 16.
Dedicado a Pepe Rojas, callejero…