La relación entre  fútbol, box y literatura  es más que fructífera. Son estos dos deportes, masivos por excelencia, lo que han logrado inspirar a más de un escritor. En nuestro continente Mario Benedetti y Eduardo Galeano, ambos uruguayos -lo que no es coincidencia ya que pertenecen a una cultura donde el fútbol es casi épico, el Maracanazo del 1950, por ejemplo- han plasmado en sus obras sendos retratos del balompié.

El cuento “Puntero Izquierdo” del primero y las sabrosas crónicas  del segundo  son un ejemplo de lo ya anotado. Los cuentos de fútbol recopilados por Jorge Valdano, las notas de Eduardo Soriano, (tiene un excelente relato “El penal más largo del mundo” y otro sobre un ficticio mundial  realizado en La Patagonia); de Roberto Fontanarrosa entre otros, nos dan una magnitud de lo que el “deporte más bello del mundo” puede provocar en  nuestros escritores.

Algo parecido sucede en el box. Julio Córtazar escribió un cuento sobre el “Mantequilla” un boxeador latinoamericano. Ernest Hemingway nos deleitó con sus  “Guantes de oro”. Enrique Lafourcade con su novela  “Mano Bendita” recrea la vida del boxeador iquiqueño Evaristo Arce, inspirado en la figura de Humberto Lillo Buccione,  en Santiago.  El chileno Roberto Castillo Sandoval en su “Muriendo por la dulce Patria mía” recrea  la vida y pasión de nuestro Arturo Godoy tanto en Caleta Buena, Iquique y Nueva York.

En Chile la relación  entre poesía y deporte, no ha sido tan fructífera. País de poeta, sólo tenemos un par de poemas a nuestros boxeadores.  Floridor Pérez escribió “La noche en que peleó Arturo Godoy”. En Iquique  Guillermo Ross-Murray publicó  un poema sobre el “guapo de Caleta Buena”; Julio Miralles hizo algo similar con el Tani Loayza.   Sobre el fútbol nada. ¿Es que nuestra historia futbolística no da para eso? Lo más rescatable es una canción casi un himno: el mundial del 62. La Zunilda, no ha logrado componer una canción que hable de nuestras glorias que son bastantes y que vienen del año 1925 en el box,  y del 1929 en el fútbol.

Sin embargo, hay un rescate de algunos escritores del fútbol a nivel de la vida cotidiana. Hernán Rivera en  “La Reina Isabel cantaba rancheras” recrea una pichanga interminable en la pampa. Para la época del salitre, en el 1900,  Denisse Astoreca en “Remolinos de la Pampa”, en el relato  “Arriba Britania”, al decir de Pedro Bravo Elizondo “es una magnifica relación deportiva del equipo de fútbol de la Oficina Santa Lucía, cuyo protagonista es el chuteador máximo, Manucho, obrero pampino que había trabajado en North Lagunas, Ramírez y Cala Cala”. Con ocasión del mundial de caza y pesca submarina realizado en 1971 en Iquique, Enrique Luza escribe el himno de esta justa que ganó Raúl Choque. Sin embargo, esos versos navegan en el olvido.

Ante lo difícil que resultar re-editar la brillante historia deportiva local, resultaría interesante “literatulizar” esas glorias. Está la historia y la anécdota. Sólo falta el escritor que eche a volar su imaginación y se documente históricamente.