En todos los barrios habían por lo menos uno o dos. Grandes o chicos, pero cumplían su función. Abastecían al vecindarios con mercaderías que iban desde el aceite hasta la mortadela pasando por el azúcar y el zapallo. Los más sofisticados tenían galletas y salchichas que venían en tarros. No se porque, pero se le llamaban despachos. «Anda al despacho de la esquina» nos decían y no había forma de evitar el mandado.El de la esquina era el más concurrido. Por lo general era de un chino, un italiano o un croata. El primero en una estrategia de marketing te daba la yapa, por lo general un dulce envuelto en papel o celofán. Eran despachos como se diría hoy multiculturales. El acento de los migrantes era familiar. Y tras esos rostros muchas veces se podía encontrar la nostalgia por la tierra de origen. Ayudaron a formar nuestra identidad cultural variada y dinámica.
El despacho y luego llamado almacén o bazar, era el lugar de encuentro. El espacio y el tiempo donde las noticias corrían más rápido que en las redes sociales, y eran de fiar. Fiar era además el enganche, pero además la tragedia. De allí «Hoy no se fía, mañana si». Se compraba con libretas. Todo un arte envolver en papel craf el medio kilo de azúcar. Una vuelta en el aire y ya. Todo una hazaña verter un cuatro de aceite en una botella reciclada. En mi barrio a una señora se le conocía como la doña cuartito. Todo lo compraba en esa medida.
El despacho era la referencia, una especie de apacheta en el suelo urbano. Un oasis a la hora del pan batido con mortadela, con salame, un lujo. Otros combinaban con la venta, a veces ilegal, de vino. Se les decía botica y se servía la caña de vino ya sea el mediodía o bien al atardecer.
El despacho no siempre tenía nombre propio. Se le identificaba con las señas de su dueño. Doña María, el chino Lucho, el gringo Mateo. Eran lugares que sigue viviendo en la memoria. Aun quedan por ahí como especie de farmacia de urgencia.
Publicado en La Estrella de Iquique, el 18 de agosto de 2019, página 13
Mateo Fistonic, Q.E.P.D, con su despacho de Bolívar con Juan Martínez. Fotografía de Hernán Pereira.