Un tamarugo menos en nuestro bosque cultural. Regado por napas subterráneas y por la fría noche de ciudades que no eran nuestras, Guillermo Jorquera Morales, fue creciendo y haciéndose hombre de teatro. Y lo fue hasta que se cerró el telón, ese que el mismo esperaba con ansiedad, cayera cada viernes o sábado, en las muchas salas donde presentó sus obras. Esta vez fue función extraordinaria. El miércoles su sala dejó de funcionar.
Guillermo Jorquera Morales ocupa desde hace años ya, un lugar destacado en la historia cultural de la ciudad. En los años 80 esperábamos con ansiedad el estreno de “Pedro, Juan y Diego” o “Tres María y una Rosa” ambas de David Benavente, obras valientes actuadas por valientes también y de un público que llenaba la sala de la calle Sotomayor. En los años 70, había logrado armar un grupo de teatro en la Jorge Inostrosa, queda una fotografía que da cuenta de ese gesto fundacional donde aún se le recuerda.
Los del Tiun y Tenor lo querían como un padre, compadre o hermano mayor. Las veces que pudieron le expresaron en forma pública su reconocimiento. Nadie sabe cuando se atavió de un sombrero y de un caminar ajeno a las mezquindades de todo cambio de época. A falta de utopía, la mano de Sonia, su compañera, era ancla y cambucha a la vez. Lo hizo casi todo. Escribió un par de libros y una cantata, montó obras de teatro, fue gestor a pesar de que nunca hizo uso de esa expresión.
Hubo una época en que sobre la misma ciudad caminaba don Willie Cegarra, Jaime Torres y Guillermo Jorquera, época según la feliz expresión de Guillermo Ward de sainete y de teatro. Tres sujetos diferentes, pero hermanados en el teatro obrero que recuperara Pedro Bravo Elizondo, entre otros.
Extrañaremos el paso cansino de Guillermo y su humor con sentido a lo humano. Su forma de adjetivar a los demás, nunca con violencia, y siempre con apego a lo que él entendía por teatro.
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Publicado en La Estrella de Iquique el 25 de julio de 2021, página 11