Con la partida de don Leonel Lamagdelaine se cierra otra mampara de esa casa grande que fue Iquique. Hijo de una época en la que “Iquique era villa grande y hermosa” y pese a estar golpeada por la crisis, el profesor Lamagdelaine, supo aprender a respirar el aire patrimonial que aún nos sigue invadiendo. No había sujeto más arraigado en el territorio que él. Y no necesitaba proclamarlo a los cuatros vientos. ¿Para qué se habrá preguntado? Alguien que se cría, desde los dos años, en calle Sargento Aldea, arriba, no necesita pruebas de iquiquiñez.
Las ciencias sociales regionales, esas que hoy gozan de buena salud, le deben mucho a la labor de este maestro. Ya en los años 70, al alero de la sede de la Universidad de Chile, hoy Unap, se encargó junto a hombre ilustres como Freddy Taberna, Domingo Sacco, Alfredo Loayza entre otros, de formar el Centro de Documentación Regional. Una iniciativa que unía a hombre tan diversos como los nombrados. Iquique en esa época, lograba el milagro de unir bajo su cielo estrellado a todos.
Nos legó, una serie de materiales necesarios para entender nuestra historia. Tuvo la mala fortuna de que sus trabajos fueran impresos en la tecnología del mimeógrafo. Pero quien desee estudiar la historia del Teatro Municipal (1978), debe empezar por esa recolección de actas que junto a Alfredo Loayza y a Daniel Díaz, recopilaran. Publicó además el Programa Forestal Ganadero Pampa del Tamarugal y Programa Altiplano de Tarapacá (1972). Escribió también la “Historia de la Municipalidad de Iquique” y la «Reseña Histórica del Cuerpo de Bomberos de Iquique». Sus crónicas de prensa son abundantes y muy requeridas por estudiantes. La estampa de Pedro Gamboni o la historia del Estadio Municipal, son entre muchas, las más consultadas.
Hijo Ilustre de la ciudad, don Leonel, se caminaba con autoridad y humildad las calles de Iquique. Siempre de chaqueta y de corbata imponía su mirada risueña. Era motivador y generoso con su sabiduría.
La música clásica y la opera italiana le llenaba el alma. De familia humilde supo labrarse el futuro. Sin olvidar a los Rosmanic, una familia de croatas que lo protegió de los rayos del sol de esa pobreza, tan nuestra, de esos tiempos.
La Universidad Arturo tal como lo recuerda su amigo Haroldo Quinteros, le debe mucho. Que hoy tengamos pantalones largos, es obra de este hombre que nos dejó tal como vivió, sin aspavientos, sin farándulas.
Deseable sería que la Ilustre Municipalidad de Iquique, reeditará en conjunto con la Universidad Arturo Prat, la historia del Teatro Municipal. Y no sólo como un gesto de cariño para don Leonel, sino que también como un guiño hacia nuestra gente, esa que creyó que era posible en pleno desierto, construir una obra como la que aún tenemos.