En Iquique hay varios lugares que se pueden denominar centro de la ciudad. La Plaza Prat, Zegers con Vivar, por sólo nombrar dos. Pero en rigor es Tarapacá y Vivar el lugar donde se percibe el centro de la ciudad. Entre esas dos calles, nos ubicamos como el lugar donde la ciudad se irradia hacia los cuatro puntos cardinales. Estas coordenadas corresponden a un Iquique de 60 mil habitantes que nunca se imaginó un crecimiento tan feo y desordenado, que nunca tasó las consecuencias de tener tantas torres disputándole la soberanía al reloj de la plaza Prat, siempre tan impuntual, o la torre de la Catedral. Hoy, otros centros han descentrado la ciudad. Por el norte la Zofri, por el sur el mall, y más allá, otros lugares comerciales. Antes no podíamos vivir sin este centro tradicional.
Los que nacimos leyendo El Tarapacá y escuchando radio Lynch, tendríamos que decir que el centro de Iquique, está en el quiosco de don Manuel González. Esa es la referencia que nos ha acompañado por más de medio siglo. No es La Ideal, ni El Faro, menos La Francesa. Todas ellas desaparecidas junto a la tienda Vildoso. Este centro lleno de farmacias, de grandes tiendas y de vendedores ambulantes, sólo se reconoce en ese lugar de ventas de periódicos y de revistas.
Don Manuel González, vio pasar buena parte de la historia de la ciudad. Las banderas negras, su prisión en el campo de concentración de Pisagua en los tiempos de González Videla, y su pena por nuestro 11 de septiembre. Era un comunista y en consecuencia un hombre serio. Vendía con el mismo rigor El Mercurio como El Siglo. Sonreía para sus adentros cuando la venta de este último superaba al decano.
Hace años que lo dejamos de ver. La semana pasada la prensa anunció su muerte. Escéptico nos fuimos a Tarapacá con Vivar y la noticia era evidente “Cerrado por duelo”. Esa esquina ya no será lo misma. Faltará ese rostro que sólo la muerte trasladó de lugar. No es usual ver ese quiosco cerrado. Lo usual es lo contrario: el despliegue de la prensa de par en par, las suerte llamando a comprar un boleto de lo que sea, y los parroquianos pululando a su alrededor. Páginas abiertas en la sección empleos, un encendedor de Taiwán colgado en una pita listo para prestar el servicio de encender un pucho.
Tantos años de leer titulares. Tantos años de enterarse de tragedia propias y ajenas. Y siempre don Manuel, con esa mirada de “así se templó el acero”, de manejar verdades obtenidas de El Siglo, el diario, donde los viejos como mi abuelo negro, obtenía la luz para seguir viviendo. Tantos años de pasar por ahí, tantos años de leer a la pasada tanto años de ver como El Siglo se perdió en esos años. Ahora hay que acostumbrase en forma definitiva a no toparse con don Manuel. Acostumbrarse a no escuchar esa voz tan metálica. Esa esquina ya no será la misma.