Don Roque, el morrino ha muerto (1908-2013). Y lo ha hecho de un modo singular, como los guapos de antaño, sin gritar, sin aspavientos. Las redes sociales, inspiradas en el copucheo del viejo barrio, dieron la mala noticia. El año 2008, junto al equipo de televisión de la Universidad Arturo Prat, le hicimos una entrevista. Allí mientras miraba un inmenso álbum de fotos, nos iba contando su vida.  Participó de la  fundación del Unión Morro que antes era Sporting Club, según el canon inglés y estudió en la escuela 3.
 Su nombre era tan largo como los años que vivió. El barrio en su afán de no complicarse la vida, lo rebautizó en la pila bautismal de la playa Bellavista como Don Roque. Y con ese nombre vivió y con ese nombre murió. Cuenta la leyenda urbana que en sus tiempos mozos, abrazó a la noche iquiqueña como quien abraza a la mujer que se ama. Para entonces las noches de este puerto se recorrían en coches Victorias o simplemente a pie. Todos los gatos eran negros, pero en Iquique eran aun más negros, eran los años de la crisis. Su nombre completo Hermeregildo Guillermo Véliz Reinoso.
Don Roque fue hijo de esa ética comunitaria que tanta falta nos hace. Hijo de un barrio con cuento propio, trabajó en la empresa eléctrica que hizo posible el cambio de la corriente de 110 a 220. “Yo estuve allí” me contó esa tarde de otoño en su casa cerca del cerro.  Le brillaban los ojos cada vez que la nostalgia lo trasladaba al Morro y a las dos piscinas, la grande y la chica,  que cuidó, siendo sereno. Fue morrino hasta la médula y se dejó morir en pleno carnaval.
 ¿Cuáles son las clave para llegar a los cien años? Le preguntamos esa tarde. Y él, risueño y pícaro nos dijo que para llegar a cumplir un siglo de vida, entre otras cosas, “hay que ser harto mentiroso”.

Publicado en La Estrella de Iquique, el 31 de marzo de 2013, página 16.