La muerte, la puntual, la imprevisible, la tormentosa ave negra que vuela rasante por los techos iquiqueños, posó sus alas sobre dos familias plazariqueñas en las últimas semanas de julio. Más allá de los límites barriales recogió al Rolo López, a Nelson Delucchi y a Gustavo Moscoso.

Primero golpeó la puerta de los Barría y preguntó por doña Blanca. No contenta con ese protocolo,  se fue a Bolívar, y al no encontrar a su destinataria subió a la fiesta de La Tirana, se coló por  la chusca y por los sonidos de las matracas y le tocó levemente el hombro a doña Eusebia. Le avisó eso sí que sus días estaban contados. En víspera de la  Tirana Chica, le cerró sus ojos.

Doña Blanca y doña Eusebia eran las referencias viva de un barrio cuyo esplendor parece haberse radicado en los años 60. Ambas tenían un corazón del porte de un buque. Soportaron las grandes olas de la crisis y  la palabra naufragio nunca anidó en sus labios. Su corazón era ancho y no ajeno. En sus casas, siempre lucieron el letrero “La casa es chica, pero el corazón es grande“. Jamás una frase como esa fue tan certera.

Doña Blanca amó al barrio sin estridencia ni chauvinismo. Para ella, la plaza que donó el Rotary siempre fue su torre Eiffel, y el pasillo que llevaba al kiosko sus campos Elíseos, sobre todo cuando a la Gibraltar la cuidaba don Camilo. Las rosas extendían su belleza y de paso, inhibían la mano bárbara.

Doña Eusebia ancló en el barrio por los años 60. La acompañaba un chino flaco e inmenso, generoso como poco: el vecino Sanginés, que se instaló con una zapatería, justo al frente de mi casa. Las tapillas  y las media suela del barrio desfilaban por sus manos. Lernas, martillos, clavos, puntillas constituían sus herramientas. “No se responde por trabajos por más de 60 días“, amenazaba el letrero de rigor. Fumaba como chino. Los Sanginés, tuvieron la primera  tele blanco y negro en el barrio. En ella pudimos ver como el japonés derrotaba a Godfrey Stevens una tarde cualquiera, tal como en los años 40, los vecinos iquiqueños, se arremolinaban en torno a la única radio que tenía doña Adelaida Tassara en la calle Serrano con 18 de septiembre, para soñar como Godoy le ganaba a Joe Louis.

Ambas participaron en la vida social y comunitaria del barrio. Doña Blanca, devota de la Virgen e hincha de La Cruz, lavó en incontables ocasiones las vestimentas amarillas y negras del equipo de Santiago White y Manuel Silva. Doña Eusebia, mutualista y fundadora de la Primera Diablada, devota de la China y de San Lorenzo, hizo de su hogar una verdadera embajada donde el más humilde siempre encontró asilo.

Nos dimos cuenta que el barrio sigue existiendo, cuando asistimos a sus funerales. Estandartes y música de los bailes religiosos; misa en la Catedral de la Plaza Arica y un olor a ausencia que ni los rosales de don Camilo hubieran podido ocultar.