“Se nos fue la mitad de la historia de Iquique” me dijo una señora en el momento en que salían de la Catedral los restos de doña Rogelia Pérez. Y no exageraba. La caporala de Las Cuyacas, se conocía al dedillo la historia de La Tirana. Esta historia intima que no aparece en los libros, y que refleja la profundidad del culto a la virgen del Carmen. La presencia de doña Rogelia la tengo registrada desde mi infancia en la Plaza Arica. Allá llegaba con su baile compuesto por puras mujeres. Decir Cuyaca era decir doña Rogelia. Y vice-versa.
Su conexión con el baile fue total. Gozaba de una autoridad y de un prestigio que nadie ponía en duda. Su muerte expresa además la presencia de la vieja camada de dirigentes y de promesantes que en forma autónoma mantuvieron en vivo la tradición de esta parte de la pampa del Tamarugal. Dirigentes que debieron soportar el ataque de una “opinión pública” que no entendía la devoción popular, y de la propia iglesia que no percibía en estas manifestaciones las huellas de un cristianismo andino y popular, profundamente enraizados en los grupos más desposeídos de la región.
Y más aun el caso de doña Rogelia, que en un ambiente de hombres, supo abrirse camino y demostrar que su baile tiene un lugar fundamental en la fiesta. Herederos de una tradición andina, sus mudanzas pueden leerse como un ritual a la fertilidad. El trenzado de la vara el día 16, es quizás lo más representativo. Danza de colores y de ritmos que anuncian el nuevo ciclo agrícola y ganadero.
Doña Rogelia, fue testigo de los cambios que ha experimentado la fiesta. Una testigo que nos dejó luego de más de 80 años de pertenencia a Las Cuyacas. Buena parte de la historia de Iquique, esa que se escribe con la danza, la fe y desde los bordes, se va con ella.
Publicado en La Estrella de Iquique, el 3 de junio de 2012, página 17