Tenista destacado

Hay hombres que  se convierten en instituciones. Otros, en leyendas urbanas. Uno de ellos es el Dr. Reyno. Mientras más viejo estaba, más le crecía el aura. La muerte termina con su cuerpo, pero no con el mito. Su figura y su nombre viajaban de boca en boca a la hora de la búsqueda de la salud. En su consultorio de la calle Zegers, hombres y mujeres humildes acudían a verlo. Dicen que no cobraba por su diagnóstico. Lo que le dejaran en efectivo, le basta y le sobraba. Desde un par de monedas hasta un billete de dos mil pesos, constituían sus honorarios. Se había ganado un apodo noble, ser llamado “el médico de los pobres”, privilegio que ostentaba Ernesto Torres Galdames.

El Dr. Reyno pertenecía a este tipo de médicos que ya no se forman. Es decir, de aquellos que atendían a personas en vez de enfermedades. Se les llamaba médicos de cabeceras y por lo general, trataban a toda la familia. En Iquique hubo muchos de ellos. Por nombrar sólo a uno, el Dr. Moya, médico de los ferroviarios, de sus mujeres, de sus hijos y de sus nietos. Pero volvamos al Dr. Reyno.

Cuando llegó a Iquique -venía de la Oficina Salitrera Santa Rosa-, vivió en el mismo hospital, ese viejo y de madera que se inauguró el 17 de julio de 1887. Allí tenía una pieza. Mi abuela Etelvina era quien le lavaba y planchaba la ropa. Dicen que era muy exigente sobre todo con el planchado de sus pantalones blancos de lanilla,  que usaba en los tiempos que jugar al tenis era un signo de distinción. No en vano a la entrada de la cancha había un inmenso letrero que decía: “Se puede ser caballero sin ser tenista, pero no se puede ser tenista sin ser caballero”. Dicho de paso,  el Dr.. Reyno fue una pieza importante en la práctica de este deporte en Iquique que se venía jugando desde el 1900 en esta ciudad. El año 1944, ayuda a formar la Cruz Roja de Iquique.

Se puede decir que el Dr. Reyno vivió buena parte de la historia de la medicina local. Conoció las tres construcciones, una de madera y dos de cemento, que tuvo el hospital regional  y pudo constatar como la infraestructura iba mejorando. No se si pensaba lo mismo de la atención.

El Dr. Reyno fue hijo de su época. Esa época en que las profesiones como la del médico y del abogado estaban impregnadas de prestigio. Ser médico era gozar de prestigio. El honor y la distinción estaban asociada a esa práctica.

Cuando se dice que Iquique ya no es el mismo, algo de razón hay en esa nostalgia. Y cuando nos enteramos que el Dr. Reyno había muerto -lo creíamos eterno- nos dimos cuenta que cada vez quedamos menos iquiqueños, al menos, de esos que compartíamos esas claves y esos guiños que nos delataban como habitantes de un puerto de madera tan singular y tan solidario, así como era este médico de los pobres.