La tarde del domingo 23 de noviembre fue inolvidable, tal como fue aquella tarde negra en que los dragones cabizbajos y con culpa histórica descendieron a los infiernos, que después pasó a llamarse Primera B. Pero, igual era el descenso. A los iquiqueños no nos gustan esas metáforas.
La tarde estaba para fiesta. El domingo por la tarde, a no mediar la siesta, debería llamarse fútbol. La tele, que algo bueno tiene, nos pasea por todas las canchas del mundo. Esa tarde, sin previo aviso, excepto el rumor, Telenorte, transmitió nuestros sueños, vía satélite decían, aunque a decir verdad, éste parecía estar un poco sucio. La señal no era la mejor. Pero, aún podíamos ver a los nuestros cargando el peso de la historia y enfrentando al destino, ese mismo que el Tani y Godoy no pudieron vencer.
La radio encendida a todo volumen y la tele también, daban cuenta de un partido como los muchos que los iquiqueños hemos jugado. De pronto me pareció ver al León del Bajo, Oscar Benimellis junto al charrúa Russo, ponían la pierna fuerte para que el Mono Sola respirara tranquilo. El Chute Cavieres, arrancando por el centro en espera del pase del chico Mario Suárez. Al otro lado la esperaba el Pipí Carreño para darsela en diagonal al Perilla Fuentes. El teniente Ominami en la banca, se comía las uñas. Detrás Ramón Estay, se acordaba del gol que le metió a Estrella de Chile, una tarde también de domingo. Uno de la galería gritaba “Fuerte y largo Parafina”.
Fue una tarde, la del domingo 23, ya lo dije, para no olvidar. Las banderas celestes ondeaban en tierra extraña, con una personalidad que sólo nos da la historia y la tradición. Las decenas de títulos ganados, que aprendí a valorar en los banderines que mi padre tenía en ese altar, donde cada domingo escuchaba la radio, me enseñaron de las glorias de Miñano y de los suyos.
Iquique, grande como la historia lo señala, dragoneando como la mitología lo indica, celesteando como nuestro cielo manda, nos hizo arañar el cielo. Desempolvamos las celestes y las agitamos al sol de esa tarde como si hubiésemos sido campeones del mundo. Recordamos a Jorge Robledo, el primer iquiqueño-chileno que triunfó en Europa, goleador de la Liga Inglesa. Los nombres de Sola, Astorga y Acao los pronunciamos en pasado, presente y futuro. Ví al Pipí Carreño, más orgulloso que nunca, hablarles a sus “peques” de la gloria de haber nacido en Iquique.
No hay que olvidar esa tarde en que, gracias a la magia de Telenorte -no importa que el satélite haya estado sucio- vimos el segundo gol. Ahí respiramos tranquilo, el destino estaba derrotado, al menos por ahora. El Tani y Godoy siguen descansando en paz.