El correo electrónico aunque parezca exagerado nos ha cambiado la vida. Atrás quedaron las peregrinaciones al correo de la calle Bolívar a dejar esa carta, pegar con nuestras salivas las estampilla y con un dejo de esperanza esperar que la máquina de timbres y de hombres y mujeres honestos,  haga el resto.

En sobres amarillos o bien con los colores patrios en los bordes, metíamos esa hojas de carta marca Copihue, donde un par de huasos bailaban esa cueca empaquetada, escribíamos con el lápiz bic de la época la clásica formalidad: “Espero que al recibo de la presente…” y después, la consabida narración de nuestras gracias y desgracias… “Se despide atentamente de usted”.  Imposible pensar este arte de escribir sin aquel que la traía a casa, el cartero. Cargado como ekeko con su bolso de cuero se traspiraba la vida para dejar aquella esperanza en las manos de quien la dirección acertaba.

En el correo no había sección más angustiosa que aquella que rezaba lacónicamente un “Cartas sobrantes” y una larga lista de nombres y de direcciones que no correspondía. Atentos ojos leían buscando afanosamente su nombre. Conscriptos venidos de sur, se cuadraban frente a esa ventana en busca de esa carta que jamás llegó.

Hoy ya no dependemos del funcionario amable del correo y tampoco del cartero que parece batirse en retirada. Frente a la pantalla escribimos y narramos con  la urgencia de la época mensajes escuetos, directos y por lo general, fríos. La rapidez sacrifica la profundidad. Pero ahora dependemos de otros. Del servidor o del master web, de la voluntad de aquel que nos quiera configurar el equipo cuando los misterios de la computación no se nos revelan. Nuestras casillas de correo electrónico se llenan de correos basuras del tipo “Lavamos su alfombra”, “Quiere agrandar su pene” o de las miles de ofertas de viagra.

Con el e-mail y gracias  a su rapidez establecemos contactos con aquellos que por la vía del correo tradicional jamás lo podríamos hacer. Por ejemplo, del iquiqueño amable que nos envía sus fotos, del estudiante que requiere alguna ayuda o del viejo amigo que los años habían nublado su presencia, aparecen casi por encanto.

Hay quienes se niegan a este espectacular medio de comunicación. No saben lo que se pierden. Se pierden por ejemplo, la noción de lo instantáneo, el goce de lo breve, la sensación de la rapidez, la ansiedad por la respuesta. En fin. Hay también en el e-mail configuraciones de las viejas cartas.  Cadenas de oración por la santidad de tal o cual personaje, campañas de solidaridad a favor de presos políticos. El e-mail, es hoy por hoy, lo que la carta con sobre y estampillas fue en sus tiempos de gloria: un medio de comunicación que cambió la forma de transmitir mensajes. Lo único malo es que ya uno no va todos los días a revisar su casilla a la calle Bolívar, y de paso a encontrarse con vecinos iquiqueños como don H.O.P, entre otros, saliendo orgulloso con decenas de sobre bajo su camisa manga corta con dos bolsillos.

Publicado en La Estrella de Iquique,  el 15 de febrero de 2004.

 

 

 

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